Después del verano gibraltareño de exaltación patriótica frente a la Pérfida Albión, los Juegos Olímpicos iban a ser la muy oportuna cortina de humo con que desviar la atención de nuestra catástrofe cotidiana, ya saben: desempleo, pobreza, desahucios, precariedad, recortes, pésimo nivel de educación, EREs, bancos en bancarrota…
De batacazo olímpico podemos calificar, en uso de un juego de palabras facilón, lo que se llevaron muchos el sábado 7 de septiembre en Buenos Aires. A tenor del discurso oficial, reproducido por todos los medios de comunicación formales, desde el ABC a EL PAÍS, desde la COPE a la SER, y por el aparato político-institucional, la unanimidad era absoluta: España entera mantenía la respiración a la espera de que el selecto club del COI decidiera conceder –en todos los sentidos y matices del verbo conceder- a Madrid la sede de los Juegos Olímpicos de 2020. Esta vez, a la tercera, iba a ser la vencida, ni Tokio ni Estambul nos iban a quitar el sueño, la ilusión y el empeño de mostrar al mundo que seguimos siendo los mejores, ese país que fue modelo a seguir durante los esplendorosos años del cambio de siglo y de milenio, aquel país con el mayor crecimiento económico de Europa y con el mejor sistema bancario del planeta donde era fácil hacer fortuna.
El chasco fue monumental y las caras de circunstancia no pudieron ocultar que el sueño se transformó en quimera, la ilusión en frustración y el empeño en turbado vacío existencial. Y ahora qué vamos a hacer, debieron de preguntarse Ana Botella o el propio Mariano Rajoy. Porque después del verano gibraltareño de exaltación patriótica frente a la Pérfida Albión, los Juegos Olímpicos iban a ser la muy oportuna cortina de humo con que desviar la atención de nuestra catástrofe cotidiana, ya saben: desempleo, pobreza, desahucios, precariedad, recortes, pésimo nivel de educación, EREs, bancos en bancarrota.
Porque Madrid 2020 no superó siquiera la primera criba. Al gobierno del PP y al consistorio madrileño, también en manos del PP, se le rompía el juguete con que entretenernos los próximos años, la única baza de mostrar un triunfo en una legislatura que está siendo lamentable –promesas no sólo incumplidas, sino contradichas por la propia gestión, casos de corrupción a tutiplén, aumento del desempleo, recortes en ayudas sociales, pensiones y becas, privatización sanitaria, etc.-, en un gobierno central y unas administraciones locales y autonómicas –y aquí no sólo del PP- que están dando tumbos sin que nadie sepa hacia dónde van y hacia dónde nos llevan. Madrid 2020 iba a ser una tabla de salvación para el Gobierno del PP el cual mostraría que, como repiten hasta la saciedad, vamos por la senda correcta.
El selecto club del COI dio con las puertas en las narices a la delegación española que iba muy crecida, segura de que esta vez, sí, nos llevaríamos el gato al agua y volveríamos a ser el ombligo del mundo gracias al PP, que no paraba de recordar que el intrascendente y soso presidente Zapatero no había logrado las dos veces anteriores los JJ.OO. porque la imagen que daba su gobierno, y por ende el país que gobernaba, no era propicia para tal reconocimiento ni graciosa concesión. Por cierto, el expresidente Zapatero también estuvo en Buenos Aires, participando del festejo patriótico, porque lo que tocaba a todas luces era la avenencia social que un evento así produce en el conjunto del país.
Roto el juguete, la unanimidad del discurso oficial, mantenido por la prensa formal, recordémoslo, y por eso que llaman clase política –pocas voces discrepantes hemos escuchado en ella-, apoyado también por la patronal y por los deportistas de élite, se quebró. Primero adoptó la forma de rabieta y pudimos escuchar críticas al selecto club del COI de malintencionado e incluso de corrupto. Luego se hizo chirigota de la presentación de la delegación española, en especial de Ana Botella, cuya intervención fue un tanto rocambolesca (por cierto, tanta obsesión del Ministro Wert por españolizar a los niños catalanes y la alcaldesa de Madrid acudió al inglés para la presentación del proyecto). Más tarde, parte de la prensa y de sus tertulianos sabelotodo, hasta la fecha convencidos todos ellos del triunfo patrio, atribuyó esa ignominiosa decisión a la mala imagen de España por la crisis y la corrupción galopantes, casualmente el mismo argumento empleado por el PP contra el gobierno anterior en los dos rechazos previos. Incluso hubo una curiosa salida de tono del alcalde de Barcelona, Xavier Trias, de CiU, a dos días de la Diada, ya que hablamos de patrioterismo, afirmando que Barcelona sí que hubiera tenido la imagen suficiente para competir con Tokio, y no Madrid, ya se ve que creerse lo mejor y el ombligo del mundo no es patrimonio de la delegación española.
La negativa fue un jarro de agua fría, pero sobre todo empeora la situación del PP porque supone un nuevo varapalo en su política y le deja sin la posibilidad de sacar pecho ante la población. Incluso hay voces que reclaman la asunción de responsabilidades políticas y puede que veamos alguna víctima del desaguisado. De momento, todas las miradas se centran en la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, quien heredó el proyecto olímpico de su predecesor en el cargo, Alberto Ruíz-Gallardón, actual ministro de Justicia. Lo que sí dio esta vez el consistorio fue un carácter más austero al festejo olímpico. Se destacó antes de la infame fecha que Ana Botella había puesto un acento de austeridad al evento, convencida de la victoria y tal vez porque las críticas al despilfarro generalizado del Estado en general y en particular a la despampanante corrupción, con cuentas millonarias en Suiza de algunos cargos, inducía a cierta prudencia en los gastos, y quién sabe si, en un arranque de sensibilidad social, consideraron que las dificultades por las que pasan buena parte de la población casaba mal con tirar la casa por la ventana.
Craso y evidente error: el selecto club del COI no es una ONG. El selecto club del COI no concibe los Juegos Olímpicos como algo que se deba adaptar a la realidad de los seres humanos. Al selecto club del COI le trae al pairo los problemas sociales de cada país y del mundo en general. Los Juegos Olímpicos no son un mero espectáculo deportivo más, no es neutral en el conflicto social, hay una concepción de negocio y alrededor del deporte se mueven los intereses de las multinacionales y de los Estados. Para estos, se trata de un Juego de Patriotas donde cada país ha de demostrar, por medio de deportistas de élite, ser el mejor del mundo a través del medallero. Para aquellos, se trata de meros beneficios. Se disfraza todo ello con un discurso pseudofilosófico de concordia y cooperación, pero hay una concepción elitista del deporte y del mundo. El selecto club del COI concede cada cuatro años a una ciudad del mundo la posibilidad de ser la sede del gran negocio y para ello, qué duda cabe, se tiene muy en cuenta las posibilidades que ofrece cada plaza, su prima de riesgo. De este modo, el deporte no es ni de lejos una sana actividad para que lo disfruten niños y mayores, sólo es un espectáculo en el que todo se compra y todo se vende en beneficio de las multinacionales. ¿Acaso iba a ser un ámbito ajeno a las relaciones impuestas por el capitalismo?¿Acaso la liga profesional de fútbol española se adapta a la difícil situación económica? Al contrario, se inyecta más dinero y participan más patrocinadores, todo en beneficio del lucro y las ganancias. Tal es así que los Juegos Olímpicos de la Era Moderna poco tienen que ver en realidad con el deporte ni con los valores que dicen defender, sino con el negocio puro y duro.
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