¡No a la intervención imperialista en Siria! ¡Por un movimiento independiente de los trabajadores y oprimidos!
El estallido hace ya más de dos años de la llamada “primavera árabe” fue una fuente de inspiración para millones de trabajadores, pobres y jóvenes de todo el mundo. Los movimientos de masas – con un fuerte peso del movimiento obrero organizado en ambos casos – que derribaron a los dictadores Ben Ali y Mubarak en Túnez y Egipto aparecieron como poderosas muestras de la posibilidad, efectividad y fuerza aplastante de la acción masiva revolucionaria, ante la cual ningún régimen ni gobierno puede sostenerse en pie.
Pero a la vez de reconocer la fuerza inspiradora y revolucionaria que supusieron estos magníficos movimientos, el CIT avisó de las peligrosas contradicciones presentes en estas situaciones revolucionarias que, de no ser resueltas, amenazaban con entorpecer y hacer descarrillar los procesos. Dos años después, a la hora de reflexionar sobre cómo han avanzado dichos procesos revolucionarios, hemos de reconocer que siguen vivos y en marcha, pero que además, las contradicciones de los movimientos revolucionarios no han sido superadas definitivamente. Además, la marcha de los acontecimientos muestra como estas contradicciones, amenazan en muchos casos con convertir la "primavera" revolucionaria en un "invierno" de reacción.
Sobre todo el desarrollo de los acontecimientos en Siria, con una guerra civil que es cada vez más entre dos bandos liderados por reaccionarios, debe servir como un aviso serio a los trabajadores de la región entera de lo que puede acabar pasando si la clase trabajadora no consigue imponer su propia solución.
Egipto: la "segunda revolución"
La principal contradicción de la que hablamos es bastante sencilla. En todos los países de la región, el motor decisivo de los movimientos contra el régimen ha sido el mismo: la movilización masiva de la mayoría social de trabajadores, jóvenes y pobres. Y más aun, en los casos de Egipto y de Túnez ha sido la acción organizada del movimiento obrero (con oleadas repetidas de huelgas masivas) la que dio los golpes más fuertes y efectivos a los dictadores. Pero a pesar de este hecho, el liderazgo de estos movimientos, sobre todo en el plano político, no ha sido representativo de los intereses de los que impulsaron la revolución. Una vez tras otra, movimientos de masas que lucharon no solo contra dictadores sino también contra las condiciones de miseria que les impone el sistema capitalista e imperialista han conseguido derrocar a líderes opresores, para luego ser sometidos a un nuevo gobierno que, hablando en nombre de la revolución, protege y mantiene el sistema de explotación y las políticas neoliberales contra las que el pueblo se ha levantado.
En este sentido, el caso de Egipto es especialmente llamativo. Un movimiento de masas y de huelgas indefinidas derribó a Mubarak. Pero después de una victoria de este tipo, la cuestión decisiva que se ha de plantear es la cuestión del gobierno: ¿quién va a gobernar y con qué políticas? En ausencia de una alternativa política preparada por el propio movimiento obrero y popular, se presentan otras fuerzas con intereses ajenos para llenar el vacío. Y así ha sido con la elección de los hermanos musulmanes, con Mursi como presidente: un presidente "revolucionario" que recién llegado al poder se dedicó a actuar contra las propias fuerzas de la revolución, reprimiendo huelgas obreras en varios sectores, mientras que las fuerzas de seguridad continuaron ejerciendo su venganza contra los activistas revolucionarios, con centenares de detenciones, torturas y asesinatos.
En el primer año del gobierno de Mursi hubo más de 1000 huelgas por todo el país, muchas más de las que hubo durante el último año bajo gobierno de Mubarak. Los problemas fundamentales sociales y económicos que caracterizaron la vida bajo Mubarak – el desempleo masivo, la inflación y los precios insoportables de productos de primera necesidad – empeoraron bajo Mursi. Así que el proceso revolucionario ha continuado, con más profundidad y fuerza popular. Los trabajadores en lucha empezaron rápidamente a construir sus propias organizaciones, sobre todo sindicatos independientes, que pasaron de 20.000 trabajadores en el último periodo de Mubarak, a más de 2 millones de afiliados en la actualidad.
Los marxistas entendemos que la revolución es un proceso, no un acto solitario. En una situación revolucionaria en la cual los trabajadores carecen de una solución política definitiva – un proyecto de gobierno alternativo de los trabajadores, en el que éstos pasen a ser dueños de la riqueza del país – este proceso puede tardar bastante tiempo en madurar. Grandes resurgimientos de la lucha se repiten, con los trabajadores levantándose contra cualquier nueva solución que el capital les intenta imponer. Esta es la base fundamental de lo que se ha llamado la "segunda revolución" en Egipto. Un movimiento de movilizaciones aún mas masivas que el que derrocó a Mubarak explotó en las calles y en las fábricas, con una jornada de manifestaciones el 30 de Junio, en la cual hasta 20 millones de personas participaron, seguramente una de las movilizaciones más numerosas de la historia. Los sindicatos independientes organizaron una huelga general para echar definitivamente a Mursi y la hermandad musulmana, que obviamente cayeron ante un movimiento así.
Pero se planteó de nuevo la misma cuestión: ¿cuál es la alternativa? Lamentablemente, el movimiento obrero en Egipto todavía no ha desarrollado una expresión política independiente: un partido de los trabajadores. En su ausencia, volvió a pasar lo de siempre: un elemento ajeno al movimiento – el ejército y sus generales – se presentó como salvador de la nación y protector de la revolución, aunque los mismos generales fueron en su momento una parte fundamental del régimen de Mubarak (su líder, Al Sisi, fue jefe de inteligencia militar en 2008). Además, el ejército egipcio es un verdadero poder económico en el país, donde los generales juegan un papel muy importante en la economía (por ejemplo, el 30% de los recursos de petróleo son propiedad de los generales).
Existen ciertas ilusiones en el potencial progresista o revolucionario del ejército en Egipto, teniendo en cuenta la historia del país y el papel que jugó en el régimen radical de Nasser de los años 50. Pero este gobierno también se va a dirigir contra los que hicieron la revolución por su naturaleza de clase. Como con el gobierno de Mursi, la tarea de los revolucionarios en Egipto es explicar pacientemente a las masas la naturaleza de este gobierno, e ir preparando un nuevo movimiento, esta vez armado con un programa político para acabar con la dominación del capitalismo, tanto nativo como extranjero, islamista o secular, a través de la transformación revolucionaria de la sociedad y la planificación socialista y democrática de la economía para satisfacer a la mayoría y eliminar su miseria. La lucha por un partido político de los trabajadores, de la revolución, con un programa socialista, es la tarea principal que queda por cumplir.
Siria: ¡No a la intervención imperialista! Ni régimen ni "oposición". Por un movimiento independiente y no sectario de los trabajadores y oprimidos.
Después de la primera fase de la "primavera árabe" en 2011, con el derrocamiento de los dictadores en Egipto y Túnez, llegó una nueva fase más peligrosa, caracterizada por la cuestión de intervención del imperialismo mundial en Libia, y ahora en Siria. Cabe recordar que las sangrientas dictaduras de la región son una parte fundamental del sistema de expolio y saqueo de estos países y sus recursos por el imperialismo, así que la caída de Ben Ali y Mubarak supuso una gran amenaza para los imperialistas, y para la "estabilidad" que necesitan sus empresas. Por eso, los imperialistas, sobre todo los estadounidenses, británicos y franceses, que tienen intereses actuales e históricos en la región, buscaron desde el primer momento la manera de intervenir y solventar la situación en su propio beneficio.
Vieron su oportunidad en Libia, donde intervinieron para echar a Gadafi, acabando así con el movimiento de masas que hasta entonces se había enfrentado al dictador. Este ataque tuvo motivos variados: fue la entrada decisiva del imperialismo en el juego regional para frenar los procesos revolucionarios y sirvió para diluir y minar el carácter popular y de base de los movimientos. Ante un escenario así, la única posición posible que pueden adoptar los marxistas es la de oposición total y frontal a la intervención del imperialismo, que es por naturaleza totalmente incapaz de jugar un papel progresista en ningún país del mundo. Sólo los trabajadores y pobres organizados independientemente representan a fuerzas fiables para proseguir una lucha contra un régimen dictatorial como los de Gadafi en Libia y El Assad en Siria. Por mucha presión que haya para hacerlo, es un error criminal para la izquierda apoyar una intervención de este tipo, un error que lamentablemente hemos visto cometido por varias organizaciones internacionalmente, incluso en el estado español en el caso libio.
En los últimos meses, se ha desarrollado un nuevo debate parecido sobre Siria, donde el imperialismo de EE.UU, Francia y Gran Bretaña había decidido intervenir militarmente con la justificación de los ataques con armas químicas del régimen (que en ningún caso pueden ser peores que los ataques químicos del imperialismo en Irak y muchos otros países más a lo largo de la historia). En este debate los revolucionarios tienen que volver a insistir en una oposición a cualquier intervención imperialista. Al intervenir en Siria, el imperialismo no tiene ninguna motivación "humanitaria" ni pretende acabar con los masacres, sino llevar a cabo sus propias masacres. Por ahora, Obama, Cameron y compañía no han podido intervenir de forma directa, principalmente por la oposición masiva doméstica a la apertura de nuevas guerras imperialistas en la región, después del los fracasos de Irak y Afganistán. Es esta oposición la que refleja la negativa del parlamento británico a autorizar la intervención y la inseguridad sobre si el congreso de EE.UU lo haría igual. Pero todavía la amenaza de una intervención no ha desaparecido, dada la inestabilidad del nuevo "acuerdo" de Obama con el capitalismo ruso que tiene intereses económicos y políticos en sostener a El Assad.
En Siria, las contradicciones fundamentales que vimos en los procesos en otros países de la región han pesado enormemente. Un movimiento que en principio desafío a El Assad desde un punto de vista popular, pero sin fuertes organizaciones unitarias de los trabajadores, ha degenerado en una guerra civil sangrienta entre las fuerzas del régimen y una "oposición" liderada por elementos pro-occidentales por un lado, e islamistas reaccionarios tipo Al Qaeda, por otro. En vez de ser una expresión sana de una revolución, la guerra actual en Siria es una expresión podrida de una lucha armada entre diferentes facciones de una élite, en la cual los trabajadores, como clase, no tienen ningún representante. En una intervención imperialista, los marxistas revolucionarios no pueden apoyar al régimen reaccionario de El Assad (que hasta hace muy poco colaboró con gusto con Obama, Bush y compañía) ni a la "oposición".
Por muy complicado que puede parecer, el único camino a seguir para ir superando estas contradicciones es el de la lucha para forjar un movimiento obrero fuerte, independiente y socialista. Sólo un cambio de sistema, que instale el socialismo, sobre la base de la propiedad pública y democrática de los recursos y la riqueza en la región puede acabar con las dictaduras brutales, con el sectarismo étnico y religioso y con la miseria económica. Los marxistas de todos los países hemos de saludar e impulsar todos los avances en este sentido de los trabajadores egipcios, tunecinos, sirios…
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