Desde hace décadas científicos y organizaciones medioambientales de todo el mundo advierten del cambio climático que se está produciendo en nuestro planeta, con consecuencias devastadoras para la supervivencia de las especies, incluyendo la humana.
Calentamiento global
La subida de las temperaturas experimentada por la Tierra en el pasado siglo se ha acelerado en los últimos 40 años, y todas las previsiones apuntan a que seguirán aumentando en las próximas décadas de no tomarse medidas drásticas. Todos los patrones medioambientales y meteorológicos han sido alterados, provocando cambios bruscos de temperatura, lluvias inesperadas, sequías, etc., con efectos inmediatos sobre los diferentes ecosistemas y otros que los científicos definen como difíciles o imposibles de prever.
Las placas de hielo de los polos se derriten a una velocidad mayor de la esperada, poniendo en peligro la supervivencia de especies esenciales de ese ecosistema, como por ejemplo los osos polares o los pingüinos, cuyo número ha descendido de manera alarmante desde los años 80. La subida del nivel del mar, unos 20 centímetros en el último siglo, tendrá un tremendo impacto sobre los sistemas costeros1: erosión del litoral, inundaciones costeras, cambios en la calidad del agua, pérdidas del hábitat litoral, pérdida de recursos, impactos en la agricultura (que afectarán directamente a las tres cuartas partes más pobres del mundo), etc.
Además de todas las catástrofes “naturales” provocadas por el calentamiento global, las condiciones climatológicas tienen una gran incidencia en las enfermedades e infecciones trasmitidas por el agua, los insectos y algunos animales, afectando de forma directa sobre el ser humano. La amenaza a los ecosistemas y los peligros de abastecimiento son ya perceptibles en muchas partes del mundo. Muchas de las enfermedades más mortíferas, como las diarreas o la malaria, son muy sensibles a las temperaturas y se prevé que se agravarán con el aumento de las mismas. Según la Organización Mundial de la Salud, el cambio climático es responsable de unas 150.000 muertes al año provocadas por enfermedades, malnutrición y estrés calórico.
Efecto invernadero
Como es bien sabido, la principal causa del calentamiento global es el llamado “efecto invernadero”. La emisión de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera genera una capa que impide que se libere parte de la radiación térmica emitida por la Tierra, generado así una acumulación de calor y elevando las temperaturas. Los principales gases causantes de este efecto invernadero son, por un lado, el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O), cuya principales emisores son los combustibles fósiles y, por otro, gases industriales fabricados para el uso de aerosoles, aire acondicionado…, cuya aparición tiene lugar con la llegada de la industrialización.
Más del 75% de los gases emitidos a la atmósfera proceden de la utilización de los combustibles fósiles, tales como el carbón, el gas natural, el aceite o el petróleo. El uso de estos combustibles de alta toxicidad medioambiental sigue creciendo pese a todas las evidencias científicas que alertan sobre las graves consecuencias para el planeta.
El máximo exponente de adónde nos lleva un desarrollo industrial descontrolado sería China, donde el 40% de los mamíferos y el 76% de la flora están en peligro de extinción debido a un modelo de producción salvajemente agresivo con el medio, donde la población se hacina en grandes ciudades y complejos industriales con extrema polución. El gigante asiático consume casi cinco veces más recursos que en 1980, el carbón cubre el 70% de las necesidades energéticas de un país que, según la Agencia Internacional de la Energía, es el principal emisor de CO2 del planeta, con más de 6.000 millones de toneladas métricas por año.
Las ‘cumbres del clima’ y la hipocresía de los gobiernos capitalistas
El próximo mes de diciembre se celebrará en París una nueva cumbre medioambiental que, según dicen, marcará un antes y un después en la lucha contra el cambio climático gracias a “la consecución de un compromiso vinculante, internacional y definitivo para la reducción de emisiones contaminantes a la atmósfera a partir del año 2020”. Son ya alrededor de 40 años y decenas de encuentros en los que todos los “intentos” de llegar algún tipo de acuerdo para revertir la situación han sido inútiles.
Al presidente de Francia, François Ho-llande, se le llena la boca diciendo que defenderá una posición ambiciosa, centrada en el objetivo de reducir las emisiones de gases efecto invernadero, un 40% en 2030 y otro 60% en 2040 con respecto a 19902. Palabrería hueca que volverá a chocar de bruces con el modelo de producción capitalista y con los intereses económicos de las grandes multinacionales petroleras, eléctricas, automovilísticas…
Un pequeño ejemplo de la dinámica y el funcionamiento de la producción capitalista lo encontramos en el consumo eléctrico. Pese al desarrollo de las renovables, la energía se sigue produciendo mayoritariamente a través de los combustibles fósiles. Mientras, la contaminación de la atmósfera sigue creciendo, concentrando en el último medio siglo el mayor incremento de emisión de gases en 20.000 años.
Del mismo modo que el equilibrio biológico del planeta choca frontalmente con el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, los intereses económicos de las élites que dominan el mundo chocan con cualquier intento serio de cambiar las cosas. Este es el motivo por el cual la próxima cumbre de París no va a lograr los objetivos previstos.
Abordar la cuestión ecológica y de preservación del planeta de forma que realmente sea efectiva lleva implícito tomar medidas revolucionarias y de ruptura con el modo de producción capitalista. Cualquier otra forma de tratar el tema conduce a contradicciones que, finalmente, llevan un callejón sin salida.
Es evidente que la situación es alarmante y necesita una intervención consciente. Las previsiones de aumento de las temperaturas —entre 1,1ºC y 2,9ºC en un escenario de emisiones más bajo y de 2,4ºC a 6,4ºC en el más alto— no dejan lugar a dudas. Esta es una tarea que no se puede dejar para que se ocupen las próximas generaciones.
Hay muchas políticas e iniciativas que se pueden llevar a cabo y mitigarían en cierta medida la emisión de gases y la contaminación, pero la solución pasa por un cambio radical de las relaciones humanas con nuestro planeta y eso no será posible mientras prime el beneficio privado por encima del interés general. Es necesario quitarles las empresas a esta clase parasitaria que no se conforma con enriquecerse a costa del sudor de los trabajadores, sino que para ello están dispuestos también a destrozar el mundo en el que vivimos.
Nacionalizar la economía, para ponerla al servicio de las necesidades sociales, significaría también cambiar el actual modelo de producción y consumo por otro más sostenible, que garantice, no sólo una vida digna para toda la humanidad, sino la preservación de la infinita diversidad que contiene nuestro planeta y de los delicados equilibrios que lo conforman.
Es posible que no podamos volver a la normalidad de antes de esta crisis ecológica, pero es inaplazable cambiar las estructuras de este sistema para poder seguir viviendo aquí. Hoy más que nunca es necesaria una revolución social para la preservación de nuestro planeta.
1. Se prevé que para el año 2100 el nivel del mar habrá subido en torno a los 90 centímetros, lo cual tendría consecuencias gravísimas si tenemos en cuenta que a día de hoy 100 millones de personas viven en zonas comprendidas en esa altitud.
2. 1990 es la fecha recogida como punto de partida en la convención marco de las Naciones Unidas con la firma del protocolo de Kioto, donde ya se había acordado reducir las emisiones un 15%, objetivo que al no ser cumplido fue aplazado en Copenhague para volver a debatirlo ahora en París.
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