Otro paso para transformar el laborismo
Hace tres meses, 172 parlamentarios —tres cuartas partes del grupo parlamentario laborista— lanzaron un golpe de estado contra el líder del partido Jeremy Corbyn. Contaban con el apoyo de todas las fuerzas de la clase dominante. Las grandes empresas y los medios de comunicación de derechas han atacado constantemente a Jeremy mientras la maquinaria laborista impedía que miles de sus seguidores pudieran votar en las elecciones.
Todos sus esfuerzos no han servido para nada, el 24 de septiembre Jeremy fue reelegido con un margen amplio, el 61,8% de los votos, más de lo conseguido en su primera victoria. La participación fue muy alta, más de medio millón de votantes, Jeremy ganó con mayoría en cada una de las categorías, afiliados del partido, simpatizantes y seguidores registrados.
Los blairistas están sorprendidos por el masivo apoyo a las medidas anti-austeridad defendidas por Jeremy Corbyn. Esto no significa, sin embargo, que se reconcilien con el liderazgo de Corbyn o con la perspectiva de que el laborismo se convierta en un partido anti-austeridad.
Los capitalistas se beneficiaron enormemente de la transformación del laborismo bajo el nuevo laborismo de Tony Blair, lo que permitió que el debate político fuera monopolizado por las ideas pro mercado a lo largo de los últimos veinte años. Ellos representan las fuerzas que había tras el golpe de este verano contra Jeremy Corbyn y la derrota de este primer intento por desbancarle es un golpe contundente.
Pero debido a que las apuestas están muy altas, está claro que no será el último intento de la clase dirigente de recuperar su antes incuestionable control del Partido Laborista. Qué se debe hacer para consolidar la victoria de Jeremy Corbyn —transformar realmente el laborismo en un movimiento de masas anti-austeridad, socialista y de la clase obrera— es la cuestión crítica a la que se enfrentan hoy los socialistas en Gran Bretaña.
Ningún compromiso con la derecha
Cuando se aproximaba su primera victoria hace un año en las elecciones a la dirección del partido, Jeremy Corbyn era optimista ante las amenazas de una contrarrevolución del establishment laborista. Decía que “los complós, los dobles complós, sub-complós y las conspiraciones son fascinantes”. Un periodista de The Guardian en un acto de campaña en Leeds lo explicó: “dejando a un lado las sugerencias de que si se convierte en el líder laborista se enfrentaría a un golpe para desbancarle”, recurrió al desafortunado ejemplo del presidente norteamericano, Abraham Lincoln, como presunta ‘figura unificadora’ después de la guerra civil americana, como el “ejemplo a seguir (…) ‘con malicia hacia ninguno y caridad hacia todos’”. (5/8/16)
Los acontecimientos de los últimos doce meses dentro del Partido Laborista, que culminaron con el golpe de estado de este verano, demuestran lo equivocado que estaba Corbyn al pretender reconciliar, en este caso, no a representantes de la misma clase sino de diferentes clases. Es un error que ahora no debe repetir.
El curso de los acontecimientos del verano demuestra que la posición de Jeremy Corbyn aún es floja. Si tres votos hubieran cambiado de posición en la reunión de la Comisión Ejecutiva Nacional del laborismo (NEC) del 12 de julio, cuando se decidía si era necesario exigir las nominaciones de los parlamentarios antes de aparecer en la papeleta de votación, Owen Smith, Angela Eagle u otro de la derecha podría haber sido elegido sin oposición, como lo fue Gordon Brown en 2007 tras la dimisión de Tony Blair. Sólo las protestas de miles de militantes laboristas y sindicalistas evitaron lo que podría haber sido el final imperativo de la oportunidad que representa el liderazgo de Jeremy Corbyn para transformar el Partido Laborista.
Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la NEC canceló durante el verano todas las reuniones regulares del Partido y suspendió varias agrupaciones, incluida la agrupación local más grande, mientras la notoria “unidad de cumplimiento” llevó a cabo lo que canciller en la sombra, John McDonnell, correctamente califica como “una purga amañada contra los seguidores de Jeremy Corbyn”.
En última instancia, aún permanecen las estructuras y las relaciones de poder que se desarrollaron bajo el nuevo laborismo, que destruyeron la capacidad de la clase obrera de influir dentro del partido. La dirección de Jeremy Corbyn es una cabeza de puente en contra de las fuerzas del capitalismo dentro del Partido Laborista. Sin embargo, la tarea continua siendo tomar las principales bases de la derecha en el grupo parlamentario laborista (PLP), el aparato nacional del partido y, a nivel local, desplazando a la gran mayoría de los 7.000 concejales que están aplicando la agenda de austeridad de los tories.
Organización y política
Un primer paso de Jeremy Corbyn tras su triunfo debería ser el restablecimiento del papel central que tenían los sindicatos dentro del Partido Laborista, acorde con su importancia como las voces colectivas de millones de trabajadores.
La representación sindical dentro del Partido Laborista, cuando es ejercida democráticamente por los militantes sindicales, supone un potencial para que la clase obrera controle a sus representantes políticos. Fue esta característica la que definió en el pasado al Partido Laborista, antes del nuevo laborismo, como un ‘partido capitalista de los trabajadores’. En otras palabras, mientras tenía una dirección que invariablemente reflejaba la política de la clase capitalista, mantenía una estructura a través de la cual los trabajadores podían desafiar a la dirección y amenazar los intereses de los capitalistas. Es necesario restaurar los derechos de los sindicatos.
Otras medidas también necesarias son la democratización de las estructuras del Partido Laborista, esterilizadas durante años por el blairismo, con la reivindicación clave de volver a re-seleccionar a los parlamentarios. Pero al tiempo que se permite a las agrupaciones locales sustituir a los parlamentarios para las próximas elecciones generales en una línea más afín, hasta entonces se deben adoptar medidas efectivas a nivel nacional para controlarlos. Los 172 parlamentarios que prepararon el golpe de estado con la presentación de la moción de “no confianza” el 28 de junio, sólo deberían continuar en el grupo parlamentario si aceptan la renovación del mandato de Corbyn y su política contra la austeridad y la guerra.
Es necesario también el rearme ideológico. En 1995 Tony Blair abolió un compromiso histórico del laborismo, la Cláusula Cuatro de la Parte IV de los estatutos del partido: “la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio”. La sustitución de esta cláusula comprometió al partido en la dinámica de la “empresa y el mercado”, “el rigor de la competencia” y “un sector privado floreciente”.
En Socialism Today [Revista teórica del Socialist Party] del presente mes, en un artículo titulado El desafío corbyeconómico, Hannah Sell, Secretaria General adjunta del Socialist Party, explica cómo la política económica defendida por Jeremy Corbyn y John McDonnell representa una ruptura importante, incluso si sólo es parcial, con las panaceas neoliberales incrustadas en la cláusula cuatro blairista. Es verdad que han provocado la ira del antiguo miembro del comité monetario del Banco de Inglaterra, David Blanchflower que, en un nuevo intento equivocado de conciliar con la derecha, fue elegido el año pasado para el comité asesor económico del laborismo. Blanchflower les dice a Corbyn y McDonnell que “deben aceptar la realidad del capitalismo y los mercados modernos, ¡les guste o no!”; por supuesto defendió a Owen Smith en las elecciones. (The Guardian. 2/8/16)
Sin embargo desafortunadamente, y tal como ya explicamos, la corbyneconomía es en última instancia una forma de keynesianismo, y no responde a la acusación de Blanchflower de que “los mercados de bonos y acciones”, que todavía serían libres para dirigir la economía, “se lo comerían [a Corbyn] en el almuerzo”. No hay sustituto para un programa claro de propiedad pública y democrática de los bancos, instituciones financieras y grandes empresas, bajo el control y la gestión de los trabajadores, la base esencial para una nueva forma de sociedad —el socialismo— en oposición al sistema capitalista de mercado.
Reintegrar a los socialistas
La discusión y la clarificación necesaria de la política y las ideas es la razón de otra reivindicación vital del próximo período: el derecho de todos los socialistas, incluidos aquellos anteriormente excluidos o expulsados, a participar en el Partido Laborista, incluso los grupos organizados.
La batalla por la dirección ha revelado el terror mórbido que siente la clase dominante y sus representantes dentro del laborismo precisamente a los “socialistas organizados”. Sobre todo el ala de derechas. El ejemplo más relevante es el ataque del vicepresidente laborista Tom Watson contra los “retorcidos trotskistas” y el espectro de Militant, el predecesor del Partido Socialista. En Socialism Today de este mes Peter Taaffe, Secretario General del Partido Socialista y uno de los miembros del comité de redacción de Militant expulsado del laborismo en 1983, aprovecha esta nueva alarma por Trotsky para volver la mirada hacia su verdadero y auténtico legado.
Los capitalistas tienen sus “tendencias” dentro del laborismo a las que apoyan tanto material como ideológicamente, incluso mediante el peso de los medios de comunicación. Por otra parte, el grupo parlamentario laborista, y a nivel local los concejales, son una casta organizada, una “tendencia” que cuenta con los recursos del Estado que acompañan sus puestos, fondos del estado (incluido el ‘dinero corto” para “garantizar el funcionamiento de la oposición parlamentaria”), a lo que hay que sumar el papel de los funcionarios veteranos del partido y de los ayuntamientos. Así que ¿por qué no se debe permitir que también se organicen los que se oponen al capitalismo?
La mejor forma de conseguirlo, y debilitar la obsesión de los medios de comunicación capitalistas por fabricar “complots conspirativos”, sería permitir a los partidos y organizaciones socialistas afiliarse abiertamente al Partido Laborista, como un partido cooperativo.
La transformación del Partido Laborista en el nuevo laborismo no fue un único acto sino todo un proceso de consolidación a lo largo de años. Para revertir esta transformación tampoco bastará con un solo acto, sino que requerirá la organización de un movimiento de masas con el objetivo consciente de acabar con el legado del nuevo laborismo, política y organizativamente. La reelección de Jeremy Corbyn es otro gran paso en ese camino, que debe ser construido con urgencia.
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