La intervención imperialista y la lucha de clases.
Publicamos a continuación el documento de perspectivas para Oriente Medio presentado y debatido en el último Comité Ejecutivo Internacional del Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT).
El orden heredado del imperialismo
Oriente Medio ofrece una expresión concentrada de todos los males de la crisis capitalista mundial. Violencia sectaria, guerras, dictaduras, desplazamientos masivos de la población y la ruptura de naciones enteras están a la orden del día. Algunos comentaristas burgueses lo utilizan como advertencia contra la revolución; nosotros adoptamos el punto de vista opuesto. La barbarie desatada en múltiples formas a lo largo de los últimos años llega como un tipo de retroceso contrarrevolucionario de las revoluciones inacabadas de 2011.
La situación en Iraq y Siria en la actualidad constituye el epicentro de la crisis que envuelve Oriente Medio. El orden heredado del legado del imperialismo está explotando de la manera más brutal, bajo el efecto de las luchas por el poder e influencia que están teniendo lugar entre varias fuerzas y regímenes reaccionarios.
Sin embargo, las elites dirigentes corruptas y sus aliados imperialistas son detestados y provocan desconfianza incluso en los países de la región que parecen más estables. La ira subterránea que existe entre grandes sectores de trabajadores, jóvenes y las siempre comprimidas clases medias inevitablemente saldrá de nuevo a la superficie en el futuro. Organizar a estas capas para la lucha por una alternativa socialista es la única salida posible a las interminables calamidades que les depara el futuro bajo el capitalismo.
En general, las tasas de crecimiento del PIB en Oriente Medio y el norte de África han estado cayendo desde 2011. Los países en guerra han visto el hundimiento de su producción económica y la devastación de su infraestructura. Mientras tanto, el número de turistas se ha secado y la caída de los precios del petróleo ha desatado una nueva espiral descendente que ha golpeado al corazón de los países exportadores de petróleo.
Esta situación ha privado a las elites gobernantes de los Estados del Golfo de la capa de grasa a la que solían recurrir para comprar la paz social. Las excepcionales luchas industriales en Arabia Saudí y Kuwait en estos últimos meses son signos de lo que se puede desarrollar a escala más amplia en el futuro.
La hostilidad y las críticas al apoyo del imperialismo occidental a la teocracia saudí han aumentado perceptiblemente a ambos lados del Atlántico. En la actualidad, las relaciones entre la administración norteamericana y los gobernantes saudíes son tensas.
A pesar de estas tensiones, las ventas de armas norteamericanas a Arabia Saudí y los Estados del Golfo han continuado aumentando. Egipto, Iraq, Israel y Turquía, todos han reforzado su capacidad militar. Esta escalada de la carrera armamentística es sintomática del clima de feroz competencia que domina a las distintas potencias, invocando el espectro del surgimiento de nuevos puntos de conflicto.
En particular, se han acrecentado las tensiones saudí-iraníes. Ambos regímenes avivan las llamas sectarias. Los levantamientos revolucionarios de 2011 revelaron la debilidad tan profunda que se esconde tras la fachada feroz de los Estados de la región, y el sectarismo intenso forma parte de esta estrategia de supervivencia de estos Estados. Sin embargo, sus aventuras en el exterior no serán sostenibles si los precios del gas y el petróleo siguen bajos.
La guerra en Yemen ha sido un fiasco absoluto para la elite saudí, pero sobre todo, una calamidad para millones de yemeníes. Millones están ahora al borde de la inanición.
Este conflicto también revela la burda duplicidad de las potencias imperialistas occidentales, que alzan la voz en su batalla dialéctica contra los bombardeos rusos en Siria mientras encubren la devastación saudí en Yemen.
La guerra en Siria y el yihadismo
En cuanto a Siria, algunos en la izquierda internacional erróneamente han adoptado una variante de la actitud “campista”, ya sea embelleciendo a la mayor parte de los rebeldes yihadistas armados que luchan contra Assad, o bien por su apología de este último.
Gracias en gran parte a la ayuda de sus sostenedores extranjeros, sobre todo desde septiembre de 2015 por la intervención de la fuerza aérea rusa, el régimen de Assad recibió un impulso y lanzó una contraofensiva importante para reconquistar el territorio perdido. La caída del asediado flanco oriental de Alepo supondría el final de uno de los últimos baluartes urbanos de la oposición. La correlación de fuerzas militar podría cambiar de nuevo si las potencias suníes extranjeras deciden engrasar más las ruedas de los enemigos de al Assad. Pero en esta etapa no va a ser derrocado e incluso se ha fortalecido.
Una tregua que permita algún respiro a las poblaciones asediadas y bombardeadas sólo puede ser bienvenida. Pero cualquier alto el fuego en el mejor de los casos será precario.
Disgustada con una solución que dejaría a al Assad en el poder, la administración norteamericana ha tenido que aceptar esa posibilidad. Aunque está produciéndose una carrera entre los imperialismos norteamericano y ruso para influir en el futuro de Siria, una intervención militar a gran escala para el “cambio de régimen” nunca se ha considerado una opción seria para los estrategas más influyentes de EEUU. La propuesta de crear una zona de exclusión aérea, que para las potencias occidentales sería entrar en una guerra directa con Rusia, son amenazas vacías. Incluso Hillary Clinton lo admite.
Entre la clase dominante se reconoce ampliamente que la intervención militar en Libia fue un absoluto desastre. El país se ha convertido en el patio de recreo de las milicias, señores de la guerra y luchas tribales, con al menos tres gobiernos reclamando el poder y el control de instituciones clave. En la parte oriental del país el año pasado pronosticamos la posibilidad del surgimiento de alguna forma de gobierno militar, capitalizando el deterioro de la situación de seguridad y basándose en el cansancio de la población. Esta perspectiva se cumplido parcialmente, el Jefe del Estado Mayor libio fue nombrado en junio gobernador militar de la región oriental y se han disuelto muchos ayuntamientos que se han sustituido por gobernadores nombrados por el ejército.
Como resultado del acuerdo entre Turquía y la UE para impedir la entrada de refugiados en Europa, Libia se ha convertido una vez más en la principal entrada para los refugiados que intentan hacer ese viaje. Pero es una ilusión de las clases dirigentes de EEUU y la UE que se pueda establecer un gobierno libio estable y un Estado cohesionado.
A causa de las guerras recientes en Oriente Medio se han desplazado más de 15 millones de personas. La gran mayoría de estos refugiados han huido a los países vecinos, como Líbano, Jordania, Turquía y Túnez contribuyendo a empujar a la baja los salarios y condiciones de vida.
Durante los últimos dos años especialmente, los ataques perpetrados por el ISIS y la cuestión del terrorismo islamista de derechas ha reocupado el centro del escenario político. Desde un punto de vista estrictamente militar, la campaña contra el ISIS ha cosechado algún éxito. La intensificación de la lucha es perceptible dentro de las filas del ISIS debido a la presión militar a la que están sometidos, unido a la alienación que ha creado entre los residentes de su llamado califato a causa de su repugnante violencia.
Compuesto en su mayor parte por elementos desclasados y capaz de lograr algo de apoyo tribal y religioso durante un período de tiempo, el ISIS también es visto por sectores de la población suní como un escudo contra los ataques sectarios. Pero como dijimos no fue capaz de consolidar su poder en los centros urbanos fundamentales.
Toda la experiencia indica que las fuerzas sociales y los motivos políticos que hay detrás de la existencia de los grupos yihadistas no desaparecerá simplemente con la persuasión de las bombas imperialistas. En la medida que las condiciones de vida generadas por el capitalismo y el imperialismo no sean desafiadas de manera radical, estos grupos reaccionarios seguirán siendo una característica de Oriente Medio y globalmente. Pueden aparecer nuevos grupos similares y continuará el desplazamiento geográfico de los yihadistas para establecer nuevas bases de operaciones en otras partes, además de la posibilidad de nuevos ataques terroristas, hacia los que el ISIS podría girar más prominentemente.
En Iraq, a las denominadas “Fuerzas de Movilización Popular”, las milicias chiíes con base en Irán con un historial de abusos y asesinatos de civiles sunís, se las ha promovido como un ariete en muchas de las batallas contra el ISIS, para compensar al corrupto y destrozado ejército iraquí. La batalla por la recuperación de Mosul, un centro predominantemente suní y la segunda ciudad más grande, creó el escenario para una catástrofe humanitaria a gran escala.
El ejército turco ha realizado una fuerte presión militar para entrar en la batalla de Mosul desde el norte, presentándose como el defensor de los musulmanes sunís perseguidos. Detrás de esta maniobra está el proyecto de erigir un puesto avanzado en el Kurdistán iraquí contra las bases del PKK. Podría tener la consecuencia de que el régimen turco entrara en conflicto con las fuerzas chiíes en Iraq y con el ejército iraquí, aumentando así el riesgo de enfrentamientos sectarios.
Hablar de la “soberanía” e “integridad territorial” de Iraq o Siria cada vez suena más a retórica hueca. En la práctica, ambos Estados cada vez están más perforados y fracturados en mini estados sectarios. Un regreso a la frontera que existía antes de la guerra es extremadamente improbable.
Por esa razón este proceso no será sencillo ni lineal. Las fuerzas centrífugas reaccionarias que están separando estos países pueden calmarse por el deseo de unidad que aún prevalece entre una capa de trabajadores y pobres. El proceso de desintegración sectaria ha alcanzado una etapa avanzada, pero en muchas ocasiones se ha manifestado el potencial para una lucha unida desde abajo que atraviese la interminable pesadilla sectaria.
El último mes de mayo miles de manifestantes, la mayoría chiíes pobres influenciados por Moqtada al-Sadr, entraron en la Zona Verde fortificada por EEUU y asaltaron el parlamento iraquí en lo que el New York Times calificaba de “escenas que insinuaban una revolución”. Este ejemplo sirve para ilustrar que el inicio de luchas y la reconstrucción de la izquierda en Oriente Medio desde el principio no adoptará una forma socialista “pura”, en algunos casos podría tener una coloración religiosa.
La reconstrucción de las fuerzas marxistas dependerá de la capacidad de interactuar con las características progresistas de esos movimientos y proporcionar un programa que permita construir la unidad entre todos los trabajadores y los oprimidos. Esta unidad sólo se puede conseguir defendiendo con firmeza los derechos de todas las minorías y grupos oprimidos, incluido su derecho a la autodeterminación.
Turquía y la cuestión kurda
En el norte de Iraq, la guerra parece haber cristalizado las aspiraciones nacionales kurdas. Al mismo tiempo que se desarrolla una importante crisis financiera en la región, la camarilla del presidente Barzani ha agitado la cuestión nacional como una salida a la creciente insatisfacción de los trabajadores. Los empleados del sector público en particular, han encabezado una serie de protestas contra los recortes salariales impuestos por el Gobierno Regional del Kurdistán (KRG). El desastre económico que afecta al KRG es otro ejemplo de por qué la genuina autodeterminación no se puede conseguir bajo el capitalismo.
Este caso es una advertencia para lo que está sucediendo en Rojava, los discutibles enclaves auto-administrados del Kurdistán sirio. El intento de construir una sociedad alternativa en Rojava ha generado simpatías, especialmente entre los kurdos a los que durante décadas se les han negado sus derechos democráticos básicos y entre las mujeres ya que en Rojava han conseguido un estatus mejor que el que tienen en el resto de la región. Sin embargo, el Contrato Social de Rojava garantiza el derecho a disfrutar de la propiedad privada, una medida que salvaguarda los privilegios de los terratenientes, y la colaboración de los líderes del PYD con las potencias imperialistas ha demostrado ser una estrategia contraproducente. La posición crítica del CIT, basada en el desarrollo de estructuras de base genuinamente democráticas y en una política independiente del imperialismo que pueda asegurar el apoyo internacional de los trabajadores, mantiene toda su vigencia.
En agosto el ejército turco inició una primera incursión militar directa en Siria. Su pretensión principal era impedir que los kurdos sirios se desplazaran hacia el oeste a través del río Éufrates. El objetivo de Erdogan de frenar la influencia kurda en el norte de Siria ahora tiene prioridad frente a su deseo de derribar a al Assad, cuya fuerza aérea también bombardeó posiciones kurdas en el norte durante este verano.
El giro en la política exterior turca se puede ver en el acercamiento de las relaciones entre Putin y Erdogan, también en el reforzamiento de los lazos entre Turquía e Irán. Aunque en la guerra siria los dos países están en campos opuestos, ninguno de ellos está contento con las conquistas territoriales que han logrado los kurdos en Siria y los efectos que éstos pueden tener en sus respectivas poblaciones kurdas.
No quiere decir que estos giros en las alianzas diplomáticas se sostengan sobre un terreno firme, ni que Turquía dejará de apoyar a los combatientes sunís en la guerra siria. Las relaciones entre las distintas potencias regionales se caracterizan por un alto grado de volatilidad, y nuevos giros y virajes son algo probable.
Una de las razones de esta situación es el debilitamiento del imperialismo norteamericano que le ha impedido jugar el papel de “gendarme de la región”, a pesar de ser la fuerza dominante en el planeta. Esto ha dado más libertad de acción a las potencias regionales para expresar más abiertamente e independientemente sus propios intereses y agendas. La reafirmación de la influencia rusa en Siria también encaja en esta tendencia.
La actitud de “esperar y ver” de la mayoría de líderes occidentales durante el intento de golpe militar en Turquía demostró que sus relaciones con el régimen de Erdogan, alabado en el pasado, son cada vez más agrias. La ausencia, por ahora, de una alternativa viable le convierte en un mal necesario a la que tienen que acomodarse las capitales imperialistas occidentales.
El fracasado golpe de estado del 15 de julio contra el gobierno de Erdogan le ha permitido utilizar a este último el golpe para su propio beneficio: ha llevado a cabo una purga de masas en todos los niveles de la maquinaria del Estado y, provisionalmente, ha reafirmado la base social que le queda al AKP. Más que un contragolpe político, éste tuvo un carácter económico: el gobierno ha ocupado una gran cantidad de empresas y compañías de varios sectores, sospechosas de estar bajo la influencia de los gulenistas para venderlas a personas cercanas al partido gobernante.
La izquierda del Partido Democrático de los Pueblos (HPD) salió fortalecida en las elecciones de julio del pasado año con seis millones de votos, incluida una capa del electorado turco, ilustrando así el potencial existente para construir una voz política de los trabajadores, los kurdos marginados y los oprimidos. El golpe de tambor nacionalista batido por el régimen en su renovada guerra contra la población kurda del sudeste, ha hecho retroceder el apoyo al partido entre los votantes no kurdos, y desgraciadamente la ayuda de atentados terroristas llevados cabo por algunas fracciones del movimiento kurdo también ha contribuido a ello.
Las consecuencias inmediatas del golpe pueden haber beneficiado al régimen de Erdogan, pero los problemas subyacentes a los que se enfrentaba antes no han desaparecido. El régimen no será capaz de mantener una presencia militar en Siria, el norte de Iraq y en el sudeste de Turquía con un ejército debilitado sin sufrir eventualmente contratiempos serios, incluso posiblemente un nuevo golpe. Además, la economía turca ha entrado en un terreno más turbulento.
Entre una parte amplia de la población por ahora predomina el miedo como resultado del endurecimiento de la represión estatal y la inseguridad. Pero entre sectores importantes de los trabajadores y la juventud hay un descontento latente. La única estrategia que puede impedir que Turquía se hunda en un caos mayor es aprovechar este descontento para construir un movimiento unido de trabajadores, que incluya la lucha por la autodeterminación kurda.
La larga sombra de la primavera “árabe”
Muchos países de la región todavía mantienen unas clases trabajadores importantes y combativas, y éstos serán clave para el futuro de la zona. Enfrentándose a una represión estatal feroz, varios sectores de trabajadores iraníes han participado regularmente en protestas. En septiembre y octubre hubo una oleada de luchas estudiantiles contra las malas condiciones en la universidad. Con el trasfondo de las divisiones en el régimen en víspera de las elecciones de 2017, la juventud iraní ansia un cambio social. Las masas a través de la experiencia están también probando las ilusiones que existen en la denominada ala reformista de los mulás.
Cuando se trata de la firmeza del movimiento obrero no se puede pasar por alto el caso de Túnez, con sus ricas tradiciones de luchas sindicales. Los comentaristas burgueses siguen alabando a Túnez como el único éxito de la “primavera árabe”. Pero sobre el terreno esa no es la percepción. Imponer reformas neo-liberales a un país que ha pasado por una revolución es como montar un toro furioso. En agosto llegó al poder el séptimo gobierno en cinco años. Las medidas de austeridad incluidas en el presupuesto de 2017 han llevado al gobierno y a la UGTT a un choque directo, a pesar de los repetidos intentos de la burocracia sindical de frenar cualquier acción industrial seria.
Egipto está al borde de una tempestad económica. Los 12.000 millones de dólares del préstamo firmado en agosto con el FMI es uno de los mayores de la historia concedidos por este organismo, pero está condicionado a medidas de austeridad, incluidos recortes de los subsidios y una nueva devaluación de la libra egipcia, al mismo tiempo que la inflación ya está en su nivel más elevado en siete años. Este año ya se han producido más de 500 protestas obreras. Aunque todavía limitada, una capa de la población está rompiendo el muro del miedo y tomando de nuevo el camino de la lucha colectiva. Las nuevas medidas económicas aprobadas por el régimen de al Sisi afectarán duramente a las clases medias que son la principal base de apoyo del gobierno.
El hundimiento de los precios del petróleo hace difícil para los países del Golfo continuar manteniendo su apoyo financiero a Egipto. Además, el régimen saudí ha congelado algunos proyectos de inversión en Egipto y la empresa petrolera saudí ha suspendido sus cargamentos de petróleo al país debido a que apoyan a bandos opuestos en Siria. Esto también muestra que las tensiones entre las fuerzas regionales no adoptarán automáticamente líneas sectarias “puras”.
Mientras tanto, en julio una delegación de Arabia Saudí fue a Israel con un texto sobre el interés mutuo en contrarrestar a Irán. El gobierno de Israel liderado por Netanyahu ha estado colaborando estrechamente con al Sisi en Egipto.
El bloqueo sobre Gaza se ha endurecido. En los territorios ocupados el dominio económico del régimen israelí continúa causando empobrecimiento de masas acompañado de una represión brutal. Esta situación, además de los asentamientos judíos en curso, la ausencia de cualquier alternativa por parte de los principales partidos políticos palestinos y la perspectiva poco previsible de unas negociaciones de paz útiles, han creado un callejón sin salida. Una manifestación de esta situación han sido los meses de ataques individuales periódicos en el Este de Jerusalén y en otras zonas. Se mantiene un escenario sombrío de nuevas rondas de matanzas, incluida otra guerra en Gaza, hasta que estos ciclos sean rotos por la construcción de un movimiento de masas que desafíe a los regímenes actuales.
Sólo pequeñas mayorías a cada lado de la división nacional apoyan en la actualidad la solución de los dos estados, con muchos interrogantes sobre si es realizable, mientras un número mucho menor ve posible la solución de un estado. Este hecho confirma cada vez más el argumento del CIT de que el capitalismo es incapaz de resolver la cuestión nacional en Oriente Medio. Sólo a través de la transformación socialista se pueden cumplir los derechos y aspiraciones básicas de los palestinos, e igualmente de los judíos israelíes.
El gobierno de derechas de Netanyahu ha tenido un cierto respiro gracias al crecimiento económico de Israel, que ahora se está desacelerando. La coalición de gobierno es muy débil y precaria. Su manejo del conflicto nacional recibe los ataques de numerosos representantes de la clase dominante, desde generales del ejército a políticos.
Al mismo tiempo es muy elevada la rabia y la oposición de la clase obrera y la clase media israelíes contra el denominado “capitalismo glotón”; hay capas que están expresando su oposición a la reacción nacionalista religiosa y comienzan a resurgir las protestas contra la ocupación.
Los medios de comunicación no lo destacan, pero regularmente estallan luchas de trabajadores, pobres y jóvenes en Oriente Medio y el norte de África. Sobre la región se ciernen tendencias amenazantes de reacción bárbara. Pero las condiciones objetivas que hace cinco años empujaron a millones de personas a ponerse en pie contra la tiranía y la explotación han aumentado y son más agudas que antes, preparando el terreno para convulsiones sociales de masas en el futuro, y para nuevas oportunidades que permitirán en el período venidero construir las fuerzas del marxismo revolucionario. Lo que estamos presenciando es sólo una fase de un período prolongado de revolución y contrarrevolución, cuyo futuro todavía tiene que ser escrito y preparado para el fortalecimiento de las secciones del CIT en esa región crucial.
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