La revolución socialista de Octubre en Rusia fue recibida con entusiasmo por los trabajadores y oprimidos de todo el mundo. Y así fue también en la vecina Finlandia, bajo control de Rusia desde 1809 como una provincia más del Imperio zarista, un Imperio que los bolcheviques calificaron como una “prisión de naciones”. Una semana después de la revolución de Octubre (que tuvo lugar en noviembre de acuerdo con el calendario actual), el movimiento obrero finlandés lanzó una huelga general y durante unos días los trabajadores se hicieron con el poder en la mayor parte del país.
La huelga general en Finlandia, del 14 al 19 de noviembre, fue una ponderosa demostración de fuerza de la clase obrera y los sectores más pobres de la sociedad. La burguesía finlandesa, que ya estaba aterrorizada tras la revolución de Octubre, tembló aún más antes estos acontecimientos. Pero la desconvocatoria de la huelga general en el punto álgido de la crisis revolucionaria significó que el gobierno burgués debilitado tuvo margen para recuperarse y preparar su venganza.
La guerra civil finlandesa que se extendió posteriormente, desde finales de enero de 1918 hasta el mes de mayo, fue una matanza de obreros. Las fuerzas contrarrevolucionarias que combatían a los bolcheviques —apoyadas por el imperialismo alemán— enviaron armas y 10.000 soldados a Finlandia. Gracias a este respaldo, la violencia sangrienta que los Blancos desataron durante y después de la guerra civil, solo puede compararse con la masacre de la Comuna de París de 1871.
En 1918 fueron asesinados en Finlandia 30.000 trabajadores, 10.000 de ellos ejecutados en las semanas inmediatas al comienzo de las hostilidades, y cerca de 13.000 murieron en campos de concentración construidos tras la guerra civil. Se estima que 80.000 personas, cerca del 3% de la población del país, fueron encarceladas.
Lo que ocurrió en Finlandia hace 100 años traza una terrible perspectiva de lo que habría ocurrido en Rusia y en el resto de las nuevas repúblicas soviéticas si los ejércitos blancos contrarrevolucionarios y sus aliados imperialistas hubieran vencido en la guerra civil. 100 años después, los dramáticos acontecimientos de Finlandia entre 1917 y 1918 están llenos de lecciones que pueden resumirse en una: la necesidad que tiene la revolución socialista para vencer de contar con un partido y una dirección a la altura de las circunstancias históricas.
Una tradición de lucha
Desde 1809 Finlandia estuvo bajo soberanía rusa, y los primeros años del siglo XX estuvieron marcados por el incremento de la organización y las luchas de la clase trabajadora. En 1899 se fundó el Partido Fines de Trabajadores que cambió su nombre a Partido Socialdemócrata Finlandés (SDP) en 1903. El SDP se convirtió rápidamente en un partido de masas.
La actividad huelguística en la Rusia zarista y en Finlandia se alimentó mutuamente. La Revolución de 1905 se convirtió en el punto de partida de una movilización de masas en Finlandia por la democracia, el derecho de autodeterminación y por profundas reformas sociales. “El 13 de abril de 1905, 11.000 trabajadores de Helsinki marcharon exigiendo el sufragio universal. Fue, hasta ese momento, la mayor manifestación en la historia de Finlandia. El mitin final contó con la presencia de 35.000 personas” (Finland’s röda garden, La Guardia roja finlandesa). A finales de octubre y comienzos de noviembre de 1905, los trabajadores finlandeses lanzaron una huelga general para obligar al zar a realizar concesiones. Incluso los sectores más acomodados se unieron aunque las divisiones de clase eran obvias. Fueron los trabajadores finlandeses y los pobres de las áreas rurales los que estuvieron al frente de la lucha por la independencia y la democracia. La burguesía local, los que poseían las fábricas y las tierras, tendía una y otra vez a unirse con el régimen zarista frente al desafío de las masas.
Durante la huelga general y la siguiente oleada huelguística en 1906, los trabajadores fueron forzados a formar sus propias milicias de defensa. La burguesía finlandesa y los grandes terratenientes también se armaron y formaron los llamados Cuerpos de Protección utilizados para atacar con violencia las luchas de los trabajadores, como ocurrió en la Plaza del Mercado de Hakaniemi en Helsinki en el mes de agosto de 1906.
Como resultado de las luchas revolucionarias en Finlandia y Rusia en 1905 y 1906, el régimen zarista se vio obligado a hacer concesiones importantes. Para Finlandia significó que la vieja Dieta (el Parlamento basado en los estados-región) fuera abolida y reemplazada por un nuevo Parlamento de 200 miembros elegidos por sufragio universal tanto por hombres como por mujeres. Finlandia se convirtió en el primer país de Europa donde las mujeres tuvieron derecho a voto y el primer país del mundo donde las mujeres tenían derecho a presentarse a las elecciones. El Parlamento finlandés fue el más democrático de su tiempo.
Los años 1905 y 1906 también supusieron la rápida organización del movimiento obrero y un giro radical hacia la izquierda. Algunos de aquellos que tendrían un papel protagonista en la Revolución Finlandesa de 1917-1918, como O.W. Kuusinen, Kullervo Manner, Edvard Gylling, Yrjö Sirola y otros, se unieron al SDP en 1905.
Las primeras elecciones en 1907 fueron un enorme éxito para el Partido Socialdemócrata Finlandés que, en su congreso el año anterior, dio importantes pasos hacia la izquierda adoptando un programa que unía la lucha social con la lucha por el derecho de autodeterminación. Los socialdemócratas se convirtieron en el partido más grande tras las elecciones, ganando 80 de los 200 escaños en el Parlamento. Con consternación, tanto el zar como la burguesía local tuvieron que respetar los resultados y aceptar que los socialdemócratas y el movimiento obrero había tenido éxito.
El triunfo del SDP también se reflejó en el rápido crecimiento de su militancia. “Para finales de 1906, los trabajadores organizados eran más fuertes que nunca. En 1904, el Partido Socialdemócrata tenía 16.600 miembros y en 1906 más de 85.000.” (Finlands röda garden, La Guardia Roja finlandesa por Carsten Palmær y Raimo Mankinen).
Con relación a su población, el movimiento obrero finlandés aparecía en ese momento como el más potente de todo el mundo. Sin embargo, las reformas democráticas y el incremento del autogobierno que conquistaron las masas con su acción no tendrían un carácter permanente. Cuando la oleada revolucionaria retrocedió, el zarismo fue capaz de nuevo de consolidar su mandato autoritario. El parlamento fue continuamente disuelto y Finlandia fue objeto de varias campañas de “rusificación”. Pero no sólo se aplastaron los derechos democráticos de una nación oprimida. Los deseos de cambios sociales profundos, y particularmente el fin de los arrendamientos forzosos para los aparceros, se frustraron. Hay que subrayar que fue la lucha por los derechos de cientos de miles de aparceros agrícolas, el factor político más importante sobre el que se construyó la socialdemocracia, algo retratado con maestría por Väinö Linna en su trilogía “Bajo la Estrella del Norte”.
En el movimiento obrero finlandés el burocratismo y el parlamentarismo no encontró el mismo sustento que, por ejemplo, entre la socialdemocracia y los sindicatos suecos, que también eran muy fuertes y tenían un enorme peso en la sociedad incluso antes del periodo revolucionario de 1917 y 1918. Había sin embargo parlamentarios y dirigentes sindicales en Finlandia que tendían a distanciarse de las condiciones de su base viéndose así mismos como mediadores en la lucha de clases.
Incluso aunque Finlandia hubiera sido el primer país en introducir el sufragio universal para hombres y mujeres, el Parlamento fue cerrado una y otra vez y la mayor autonomía obtenida solo existió en el papel. El derecho a voto a nivel municipal era aún muy limitado y eso, junto al hecho de que el movimiento obrero finlandés se vio obligado a enfrentarse tanto al zarismo como a los capitalistas y terratenientes locales, significó que las fuertes tradiciones de lucha que emergieron en 1905-1906 se mantuvieron vivas tras el reflujo del movimiento a partir de 1907.
La guerra imperialista y la Revolución de Febrero en Rusia
El comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914 conllevo un incremento de la represión en Finlandia con la prohibición de las huelgas y el envío constante de tropas rusas. Finlandia estaba, en la práctica, bajo la dictadura militar de Rusia.
Los trabajadores fineses, sin embargo, evitaron ser enrolados para la guerra, mientras que los hijos de las clases altas que sirvieron como oficiales en el Ejército Ruso, participaron con entusiasmo de los objetivos del imperialismo ruso. Uno de esos oficiales finlandeses fue Gustaf Mannerheim, quien más tarde se convertiría en comandante de la Guardia Blanca y su principal jefe ejecutor.
Durante los primeros años de guerra, las inversiones en infraestructuras para dificultar la invasión alemana en Finlandia propiciadas por el régimen zarista, dieron lugar a un boom económico y un proceso creciente de industrialización. Pero al tiempo que se producía este auge como efecto de los planes de guerra, había escasez de muchos productos y la inflación no dejaba de dispararse. La falta de suministros en las grandes ciudades dio lugar a una profunda crisis. En 1917 el crecimiento económico inducido por la guerra llegó a su fin y decenas de miles de trabajadores cayeron en el desempleo.
En las elecciones de 1916, el SDP obtuvo una victoria electoral histórica, ganando la mayoría absoluta —103 escaños—; pero pasaría todavía un buen tiempo antes de que el Parlamento, clausurado por el zar, volviera a abrir sus puertas, exactamente hasta el estallido de la Revolución de Febrero de 1917 en Rusia.
A pesar del derrocamiento del zar, la mayoría socialista en el Parlamento fines representaba una amenaza directa tanto para los capitalistas y los grandes terratenientes de Finlandia, como para el Gobierno Provisional ruso formado tras el levantamiento de febrero. Inicialmente este Gobierno fue recibido calurosamente por los trabajadores y campesinos pobres de Finlandia que se unieron entusiasmados a la revuelta de los soldados rusos.
La insurrección en Petrogrado y la formación de sóviets, abrió el camino a una ofensiva de los trabajadores fineses de cara a recuperar todo lo que habían perdido durante los años de guerra y ampliar sus demandas a favor de la jornada de 8 horas y el derecho de sufragio a nivel municipal.
El nuevo Gobierno Provisional de Rusia insistió en la necesidad de formar un ejecutivo de coalición en Finlandia y anunció que el Parlamento se mantendría como una Asamblea no soberana. Los partidos que formaban parte del Gobierno Provisional pretendían conceder a Finlandia una autonomía muy limitada y condicional. En Rusia, sólo los Bolcheviques apoyaron el pleno derecho de Finlandia a su autodeterminación, incluyendo su derecho a formar un Estado independiente. La actitud de aquel gobierno entre las fuerzas burguesas y los socialistas conciliadores (mencheviques y eseristas) de la Gran Rusia, y su voluntad de continuar la guerra, provocó un conflicto creciente con las masas rusas y finlandesas.
La dirección de los Socialdemócratas finlandeses, a pesar de la gran oposición interna al “socialismo ministerial”, aceptó eventualmente entrar en un Gobierno de coalición. El Gobierno que se formó, conocido como el Senado, estaba integrado por un número igual de miembros de los partidos de la burguesía y de los socialdemócratas, pero la burguesía tenía a su lado también al Gobernador General de Rusia que ostentaba un voto de calidad.
A finales de la primavera de 1917 se produjeron huelgas exigiendo la jornada laboral de 8 horas y convenios colectivos, así como huelgas generales locales por el derecho de voto a nivel municipal. Los trabajadores del metal fueron los primeros en salir a la lucha en abril, y desde ese momento decidieron que solo trabajaría 8 horas por día. “Cuando los trabajadores en muchos lugares llevaron a la práctica la jornada laboral de 8 horas, la burguesía no tuvo capacidad para oponerse. El ejército fines había sido disuelto por el zar en 1901 y la odiada policía fue disuelta tras la Revolución de Febrero. La burguesía carecía de una fuerza policial o militar y en Helsinki, por ejemplo, el Ayuntamiento fue forzado a declarar la implementación de la jornada laboral de 8 horas a nivel local”. (Finlands röda garden, La Guardia Roja finlandesa).
La situación se aceleraba también en el campo; aparceros y jornaleros lanzaron una ofensiva para reducir su jornada laboral. A través de huelgas generales locales, los trabajadores obtuvieron representación en las asambleas municipales. Un ministro burgués señaló que no se trataba ya de huelgas normales sino “de una insurrección”, y el periódico burgués ‘Helsingin Sanomat’ escribía aterrorizado que las masas han comenzado “unilateralmente a cambiar sus condiciones”.
La influencia del bolchevismo
Fue una época de desarrollo de la organización y la lucha de los trabajadores. A finales de 1917, el SDP contaba con 120.000 miembros, una cifra increíble, mientras la Federación de Sindicatos finlandeses agrupaba a 160.000 trabajadores. Los nuevos afiliados tendían a estar más a la izquierda, y una impaciente oposición a la voluntad colaboracionista de la dirección comenzó a emerger.
El movimiento obrero y la burguesía estaban enfrentados sobre la clase que debía tomar el poder del Estado tras la caída del zar. No existía policía ni un ejército propio. En las ciudades, las milicias obreras se convirtieron en la nueva fuerza policial y la burguesía retomó apresuradamente la reconstrucción de los Cuerpos de Protección de cara a defender sus privilegios de clase.
La burguesía contaba también con un firme aliado en la Alemania imperialista, que buscaba expandirse hacia el este y tomar el control de Finlandia como parte de su guerra contra Rusia. Por supuesto, el imperialismo alemán intento culminar sus planes de conquista utilizando las aspiraciones del pueblo de Finlandia por lograr su independencia nacional. Obviamente la ayuda prometida por Alemania tenía como fin reforzar sus propios objetivos imperialistas, pero la burguesía finlandesa estaba satisfecha del apoyo militar que podrían obtener del Káiser alemán para construir una fuerza militar y utilizarla contra los trabajadores finlandeses.
Junto a los envíos de nuevas armas y el apoyo con el que Alemania contribuiría, hay que tener en cuenta también que algunos años antes el batallón militar finlandés especializado en labores policiales y de vigilancia había sido formado y entrenado en Alemania, y había luchado del lado del Kaiser en la guerra contra Rusia. Cerca de 1.000 hombres de este batallón, tras haber purgado a todos aquellos sospechosos de simpatías de izquierdas, fueron enviados de vuelta a Finlandia a comienzos de 1918 uniéndose al movimiento contrarrevolucionario del Ejército Blanco.
Al tiempo que la crisis revolucionaria llegaba a su punto álgido en Finlandia, la influencia de los bolcheviques crecía en Rusia y entre los soldados rusos en Finlandia, quienes, no sin razón, eran conocidos como el “flanco rojo” de la Revolución Rusa.
A la conferencia de la socialdemócrata finlandesa, en junio de 1917, asistieron bolcheviques y mencheviques. Los bolcheviques fueron representados por Alexandra Kollontai quien “a petición de Lenin apoyó la demanda en favor de la inmediata independencia de Finlandia, al tiempo que criticaba al Gobierno Provisional Ruso por oprimir a las naciones y pueblos más débiles. Su discurso fue recibido con entusiasmo por parte de muchos delegados. La menchevique Lydia Cederbaum, se encontró con mucho menos entusiasmo cuando señaló en su intevención que la cuestión de la independencia de Finlandia debería ser resuelta por la futura Asamblea Constituyente Rusa”. (Tobias Berglund y Niclas Sennerteg “Finska inbördeskriget”, La Guerra Civil Finlandesa).
En la misma conferencia se acordó de que el SDP debía unirse al movimiento de Zimmerwald que, tras el colapso de la Internacional Socialista al comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914, había levantado la bandera del internacionalismo socialista contra la guerra.
Las Jornadas de Julio y el “Acta de Poder”
Las Jornadas de Julio en Rusia, que fueron precedidas por una nueva ofensiva de guerra devastadora por parte del Gobierno de Kerensky, no fueron, igual que no lo fue la Revolución de Octubre, “un golpe de Estado”; al contrario, mostraron que los bolcheviques tenían el apoyo mayoritario entre los trabajadores de Petrogrado y otras ciudades, así como la mayoría en los sóviets de soldados rusos que había en Finlandia. Pero los bolcheviques sabían que esto no era suficiente para que los oprimidos pudieran conquistar y mantener el poder. Era necesario también ganar el apoyo de las masas campesinas, así como de todos aquellos que aún apoyaban a los mencheviques y los socialrevolucionarios.
Trotsky escribe al respecto de las Jornadas de Julio en su Historia de la Revolución Rusa: “Los trabajadores y soldados bajo el liderazgo de los bolcheviques habrían conquistado el poder, pero solo para preparar el subsiguiente naufragio de la revolución. La cuestión del poder a escala nacional aún no se habría decidido, como en febrero, por una victoria en Petrogrado.”
Describir las Jornadas de Julio como “un golpe de estado fallido” es un vergonzoso crimen contra la verdad y contra la historia, y solo sirve como excusa para justificar la represión que el Gobierno Provisional de Kerensky inició contra los bolcheviques y los trabajadores en Rusia y Finlandia. El Gobierno de Kerensky, un gobierno de mencheviques y socialrevolucionarios, arrestó a Trotsky y a otros dirigentes bolcheviques. Lenin se vio forzado a pasar a la clandestinidad. Con la ayuda de la prensa burguesa, se lanzó una campaña de calumnias contra los bolcheviques [acusados de ser agentes de Alemania] con la intención de evitar la revolución socialista.
Las Jornadas de Julio y la represión contra los bolcheviques también causó una impresión inmediata respecto al desarrollo de los acontecimientos en Finlandia.
En julio, la mayoría del parlamento votó a favor de la llamada “Acta de Poder”, una declaración de soberanía que daba el poder al Parlamento finlandés en todos los aspectos excepto en política exterior y defensa. Al mismo tiempo, el Parlamento decidió introducir una ley regulando la jornada laboral de 8 horas y el derecho de sufragio a nivel municipal. Pero el Gobierno Provisional de Rusia rechazó completamente dicha declaración de soberanía, mostrando de nuevo una actitud hostil hacia la plena autodeterminación nacional de Finlandia.
Este Gobierno Provisional, que la burguesía y sus historiadores describen como “democrático”, pretendía responder al “Acta de Poder” introduciendo una dictadura militar en Finlandia. Nuevas tropas fueron enviadas a la capital Helsinki y otras localidades para reemplazar a aquellas consideradas por el Gobierno de Kerensky como “irrecuperables” y bajo la influencia de los bolcheviques. Pero incluso estos soldados apoyarían pronto a los bolcheviques, y no pudieron convertirse en instrumentos de represión tal y como Kerensky esperaba.
La burguesía finlandesa trabajó en todo momento junto al Gobierno de Kerensky. Fue a petición de la clase capitalista finlandesa que el Gobierno Provisional disolvió el Parlamento y anunció elecciones en octubre, decisión respaldada por el Gobernador General Stahovich y el ‘Senado’, que también rechazó el “Acta de Poder”, la introducción de la jornada laboral de 8 horas y el sufragio universal en las elecciones municipales. “Ahora finalmente podemos poner fin a las intrigas socialistas de los bolcheviques”, afirmó KJ Ståhlberg, líder del futuro partido burgués Joven Partido Fines. Ståhlberg se convertiría más tarde en el primer presidente del país tras la Guerra Civil.
El “Acta de Poder” recibió un enorme apoyo en Finlandia. Una imagen del entusiasmo que despertó se muestra en el 2º Volumen del libro de Väinö Linna’s, “Under the North Star” (Bajo la Estrella del Norte): “Había llegado la liberación. Se celebraban mítines todo el tiempo. Se lanzaban hurras y se coreaban consignas ¡Viva la ley de la jornada laboral de 8 horas! o ¡larga vida al sufragio municipal! Pero la consigna más coreada estaba reservada al ‘Acta de Poder’: ¡Larga vida al ‘Acta de Poder’! ¡Ahora somos todos emperadores!”
Pero después de que la burguesía finlandesa y el Gobierno Provisional se aliaran para oponerse al “Acta de Poder” y a la democracia, se celebraron numerosos mítines donde el orador comenzaba así: “Camaradas, una vez más debo informar que de nuevo hemos sido engañados. Los senadores burgueses, junto al Gobernador-General, han promulgado el manifiesto de disolución del Parlamento. De nuevo, el pueblo de Finlandia ha sido testigo de cómo sus señores han vendido su país para defender su derecho a mantenernos como sus esclavos”.
La mayoría socialdemócrata en el Parlamento, sin embargo, rechazó subordinarse a los dictados del Gobierno Provisional y la burguesía. Ningún socialdemócrata participó en el gobierno títere basado en el ‘Senado’ que se formó tras la disolución del Parlamento y que sirvió como Gobierno de transición hasta las elecciones de octubre. Estas elecciones fueron anunciadas de cara a acabar con la mayoría socialdemócrata y para dar al frente único formado por la burguesía una oportunidad para movilizarse y agrupar fuerzas.
Durante el otoño, la situación se volvió más tensa en todos los frentes. El racionamiento de comida se incrementó y la lucha sobre qué clase debería formar la base del nuevo Estado se convirtió en el aspecto central. En 1917 estallaron cerca de 500 huelgas y de estas duras batallas resurgieron de nuevo las milicias obreras, especialmente en las áreas industrializadas del sur de Finlandia.
Los Cuerpos de Protección de la burguesía se convirtieron en fuerzas policiales al servicio de los terratenientes y los capitalistas y, cuando fue necesario, atacaron las huelgas. Esto ya ocurrió en 1906-1907 y de nuevo se repetía en julio de 1917 cuando terratenientes armados abrieron fuego contra unos huelguistas.
Algunas veces los Cuerpos de Protección se hacían pasar por brigadas de bomberos o “fuerzas del orden”. Pero a pesar del nombre, se convirtieron en la espina dorsal del ejército contrarrevolucionario. Inicialmente las milicias burguesas eran mayores en número respecto a las milicias obreras. Con la formación de 100 Cuerpos de Protección, entre agosto y septiembre de 1917, estos órganos armados de la contrarrevolución se extendieron a dos tercios de los municipios del país.
En las elecciones de octubre los socialdemócratas perdieron su mayoría absoluta a pesar de obtener 60.000 votos más que en 1916. El SDP, que tras la disolución del Parlamente declaró las elecciones ilegales pero que aún así participó en las mismas, tuvo que enfrentarse al hecho de que muchos trabajadores y campesinos pobres empezaban a pensar que no merecía la pena votar; que se requería algo más que escaños parlamentarios para lograr la liberación social y nacional.
Como indica Víctor Serge en su libro El Año Uno de la Revolución Rusa: “Al tiempo que el proletariado fines apenas se resignaba ante la derrota electoral, la burguesía por lo menos se mantenía satisfecha con una precaria ‘victoria’. Muchas cuestiones solo podían resolverse por la vía extraparlamentaria. La propia burguesía desde hacía tiempo se preparaba para esta salida, llevando adelante preparativos para la guerra civil. Era el momento decisivo que el Partido Socialdemócrata Finlandés, formado 20 años antes a imagen y semejanza de la socialdemocracia alemana, había esperado evitar.”
El nuevo Parlamento y el Gobierno-Senado burgués no pretendían resolver los angustiosos problemas sociales; se centraban en intentar consolidar un poder estatal burgués. Esto, en consecuencia, llevó inevitablemente a una agudización de la crisis revolucionaria y a una escalada de ataques de la burguesía contra los trabajadores y sus organizaciones.
Radicalización hacia la izquierda: la huelga general
Las elecciones fueron seguidas por una agudización de la lucha de clases y un proceso de radicalización: tanto la sociedad como el movimiento obrero giraron hacia la izquierda. En octubre, los trabajadores comenzaron seriamente a formar milicias obreras para responder al creciente número de Cuerpos de Protección y también frente al surgimiento y formación del Ejército Blanco. Pero este proceso no se dio de forma coordinada y no fue parte de un movimiento político consciente que preparase la lucha revolucionaria por el poder.
Que la burguesía se disponía en el otoño de 1917 a ahogar al movimiento obrero en sangre, se ve en el hecho de que los capitalistas estaban dispuestos a financiar masivamente el programa de rearme de los Cuerpos de Protección.
El 3 de octubre, en una reunión llevada a cabo entre los principales capitalistas y banqueros en Helsinki y el futuro Estado Mayor del Ejército Blanco, se planteó que el país solo podía ser “rescatado” por medio de la violencia armada. Los grandes financieros aseguraron inmediatamente un préstamo de cara a conseguir armas que el Gobierno prometió devolver mediante impuestos tan pronto vencieran a la clase trabajadora. Ese mismo mes, armas de Alemania llegaron a las fuerzas contrarrevolucionarias.
La Revolución de Octubre de 1917 impulsó rápidamente al movimiento obrero finlandés hacia la izquierda, principalmente entre sus bases, e incluso entre una parte de su dirección que vio la revolución de Octubre como el ejemplo que debía seguirse de forma inmediata, planteándose iniciar la lucha por el poder.
El ala derecha de los socialdemócratas y el siempre vacilante ‘centro’ se oponían a la insurrección revolucionaria con la excusa de que no era el momento o alegando que “no podemos vencer”, algo completamente falso. En noviembre de 1917, la intención de llevar adelante el programa relativamente modesto de los socialdemócratas, que adoptó el nombre de “Nosotros exigimos”, y que planteaba una serie de reformas sociales impulsadas por los trabajadores con su acción (la imposición de la jornada laboral de 8 horas, los derechos de sufragio a nivel municipal, medidas que hicieran frente a la carestía de comida, o que los Cuerpos de Protección burgueses fueran desarmados), sólo podía materializarse con la toma revolucionaria del poder.
La influencia de la Revolución de Octubre se reflejó también en la dirección de los Sindicatos. En el Comité Central Revolucionario de Trabajadores que formaron, uno de cada tres miembros del mismo apoyó tomar el poder, y el Congreso sindical llamó a hacer la revolución si el Parlamento no aceptaba el programa “Nosotros exigimos”. Pero finalmente la huelga general que acordó la dirección sindical no tenía el objetivo de luchar por el poder, sino que se limitó a una demostración de fuerza. Esto terminó convirtiéndose en una desastrosa decisión que dividió al movimiento obrero, incluso aunque la izquierda del movimiento no se planteara desafiar a la derecha y al centro. Como resultado, este falso esfuerzo por mantener la unidad permitió que el sector que se oponía a la revolución socialista marcara el tono.
La huelga general impulsada por el Congreso sindical y el SDP quedó reducida a una muestra de fuerza en lugar de una lucha revolucionaria por el poder. Durante dicha huelga general, que comenzó el 14 de octubre por acuerdo del Congreso sindical, los trabajadores tomaron el control de gran parte de Finlandia. En ese momento la contrarrevolución no había conseguido aún consolidar su superioridad militar. La burguesía estaba paralizada y confundida, y los Cuerpos de Protección podían haber sido desarmados.
Durante la huelga general, el Parlamento y el ‘Senado’ compitieron por introducir la jornada laboral de 8 horas y el sufragio universal municipal, e incluso llevaron adelante su propia “Acta de Poder”. Una táctica de cara a romper con la movilización hacia la huelga general que sin embargo fracasó. La huelga general fue un enorme éxito e incluso los dirigentes se vieron contagiados por el ambiente revolucionario.
La exigencia de que los trabajadores debían tomar el poder fue discutida en el Comité Central Revolucionario el 16 de noviembre. Ganó por mayoría en un primer momento, pero tras las presiones de la derecha, fue rechazada en una nueva votación por un solo voto. Unos pocos días después, la misma asamblea, con una precaria mayoría, voto por finalizar la huelga.
La huelga general finalizó después de que una mayoría del partido hubiera rechazado formar un nuevo Gobierno de los trabajadores sobre la base de los comités de huelga y del control obrero que se había comenzado a establecer a nivel local. Los trabajadores tenían el poder, pero las decisiones de sus dirigentes significaron que la burguesía tuvo tiempo para recuperarse y armarse en un momento decisivo en el que la amenaza de guerra civil estaba ya en el orden del día.
En aquellas circunstancias se extendió una fuerte crítica sobre el hecho de que la huelga general hubiera sido desconvocada antes de que realmente hubiera comenzado, y de que los dirigentes se estaban retirando cuando las condiciones para una ruptura revolucionaria con el orden capitalista estaban en su momento más maduro. Los dirigentes “dieron la orden de retirarse en el momento en que los trabajadores parecían estar al borde de la victoria”, escribieron algunos trabajadores críticos en Turku muy acertadamente.
Incluso los historiadores burgueses se han visto obligados a admitir esto: “La huelga fue un éxito y adquirió el carácter de una revolución, incluso aunque no hubiera ningún liderazgo que empujara en esta dirección. En muchos lugares los comités de huelga tomaron el poder, principalmente talleres de trabajo y centros industriales, y el poder de las milicias obreras se incrementó. La oposición paralizada y sin fuerza iba por detrás de los acontecimientos. El objetivo de los dirigentes socialistas moderados, a través de la huelga, era desviar la atención de la gente respecto a la revolución y crear una situación donde se dieran las condiciones para impulsar ciertas reformas. Sin embargo esta estrategia fracasó perdiendo la dirección del partido el control sobre las masas”. (Finlandia 1917-20, Volumen 1).
El éxito de la huelga atemorizó al ala de derechas del movimiento obrero, que rápidamente quiso finalizarla y sobretodo encontrar un camino para volver a la vía parlamentaria y de colaboración con la burguesía. Desgraciadamente no había una dirección alternativa que pudiera completar la urgente tarea de consolidar el poder que los trabajadores habían conquistador tras cinco días de huelga general.
“¡La huelga general ha acabado, la revolución continúa!” Con esa consigna la huelga fue desconvocada y de cara a dar la impresión al menos de que estaban preparados para continuar la lucha, los dirigentes sindicales y socialdemócratas prometieron trabajar para formar un Gobierno rojo en el parlamento. Un Gobierno rojo conformado con el parlamento burgués como base era una ilusión. Esta consigna contenía además la esperanza del ala de derechas de los socialdemócratas de que podrían formar una nueva coalición de gobierno con los representantes políticos de la clase dominante.
Pero la burguesía no tenía interés alguno en cooperar con el ala de derechas de los socialdemócratas, ya que consideraban que no podrían mantener bajo control a los trabajadores y particularmente a sus milicias armadas. La burguesía utilizó su mayoría parlamentaria para hacer avanzar la contrarrevolución, formar el Ejército Blanco y consolidar un Gobierno-‘Senado’, bajo el liderazgo del Primer Ministro P.E. Svinhuvfud, cada vez más autoritario, algo incluso reconocido por la historiografía oficial.
Contrarrevolución
Ante la ausencia de una alternativa revolucionaria, como los bolcheviques en Rusia, se asfaltó el camino para una derrota sangrienta de la clase trabajadora durante la guerra civil de 1918.
Antes, y atemorizados tanto por la huelga general como por la Revolución de Octubre, el ‘Senado’ burgués anunció la independencia de Finlandia a comienzos de diciembre, oficialmente el 6 de diciembre. Los socialdemócratas votaron contra la declaración de independencia de la burguesía y presentaron su propia declaración que incluía también el reconocimiento del Gobierno soviético. La burguesía se opuso a esta declaración ya que asumieron que dicho reconocimiento sería luego difícil echarlo atrás.
Fue la lucha de los trabajadores y la Revolución de Octubre lo que permitió que finalmente Finlandia obtuviera su independencia. Cuando el Gobierno finlandés solicitó formalmente la independencia a finales de diciembre, fue aceptada inmediatamente por el Gobierno soviético el 31 de diciembre de 1917.
Tras estos acontecimientos la cuenta atrás para la Guerra civil comenzó. El movimiento obrero, aunque no formalmente, estaba dividido. El ala revolucionaria [pro bolchevique] tenía un fuerte apoyo en las grandes ciudades y especialmente entre las Guardias Rojas, cuyo control había perdido ya la dirección socialdemócrata.
Pero tras la huelga general la clase dominante tuvo el tiempo necesario para, primero de forma clandestina y luego ya abiertamente, prepararse para una guerra de clases. A mediados de enero de 1918 el Senado bonapartista le dio el poder a Mannerheim, a quién se dio plenos poderes para “restaurar el orden”.
Lo que ocurrió a partir de aquí lo desarrollaremos en futuros artículos. Pero la ruptura revolucionaria del movimiento obrero en Finlandia, a pesar del incremento tanto de la opresión nacional como de la brutal opresión de clase, es una auténtica fuente de inspiración y un poderoso ejemplo de la fuerza de la lucha colectiva.
Cuando Finlandia celebra en la actualidad oficialmente los 100 años del 6 de diciembre, de la independencia, no celebra la lucha de los trabajadores o la Revolución de Octubre, sino que homenajea al Gobierno burgués y a la clase dominante responsables de uno de los mayores crímenes de la historia: la masacre de 30.000 trabajadores en 1918. Esto no debe ser nunca olvidado.
La lucha actual por el socialismo y la defensa de la memoria y las luchas de las generaciones anteriores deben ser honradas y mantenidas vivas. Solo a través de la toma del poder por parte de los trabajadores y los oprimidos, como vimos en el Octubre ruso hace 100 años, puede liberar al mundo de toda clase de violencia, explotación y opresión.
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