Nicaragua: el régimen de Daniel Ortega responde a la movilización de masas con una brutal represión

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El régimen de Daniel Ortega ha respondido a la mayor movilización de masas de las últimas décadas con una brutal represión que ha causado más de 40 muertos, según las estimaciones de la Comisión de Derechos Humanos de Nicaragua. Las protestas, encabezadas por los estudiantes de las principales universidades del país, se han extendido al campesinado y a amplios sectores de la población urbana reclamando el fin de la reforma del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), una medida implementada por el gobierno de Ortega siguiendo las directrices del Fondo Monetario Internacional. Este desafió de las masas ha dejado al descubierto el verdadero carácter del régimen de Ortega, que ya no tiene nada que ver con el pasado revolucionario del sandinismo, y que aplica con mano de hierro una política procapitalista.

La reforma sigue la lógica neoliberal de las políticas de Ortega: aumentar la presión impositiva sobre los trabajadores y recortar las prestaciones sociales. Muchos sectores de la izquierda reformista todavía presentan al gobierno de Ortega como un baluarte progresista en Centroamérica. Pero la realidad contradice esta visión: Ortega ha degenerado completamente, mantiene una alianza estratégica con la cúpula de la Iglesia Católica y sectores esenciales de la oligarquía del país, y ha enriquecido extraordinariamente a su familia y sus aliados políticos. El recurso a la demagogia antiimperialista, o los halagos que pueda recibir desde el gobierno de Maduro o desde La Habana, no cambia en nada este hecho. Ortega gobierna cada vez más con el método de un Bonaparte, recurriendo al aparato del Estado y la represión para contener un descontento creciente entre la población, y ha impuesto duras contrarreformas capitalistas elogiadas por el FMI y los empresarios del continente.

El estallido de las protestas

Las movilizaciones se iniciaron el pasado 17 de abril a partir de la iniciativa de la juventud que desde distintas universidades públicas, la UCA, la UNAN de Managua, la UNI y la UPOLI, lanzaron la convocatoria a la movilización hasta que está prendió en los principales departamentos y ciudades: León, Rivas, Bluefields, Estelí, Masaya, Managua…La lucha se extendió como la pólvora después de conocerse la reacción del gobierno y de que los primeros muertos regaran con su sangre las calles de Managua: más que generar miedo y detener las movilizaciones, la represión desbordó la indignación y descontento, y que las manifestaciones se intensificaran.

El contenido de la reforma supone un incremento de las aportaciones de los trabajadores, que pasan del 6.25 al 7% y, aunque formalmente también se plantea una subida de las cotizaciones empresariales del 19 al 21%, los patronos se pueden detraer este aumento a través de deducciones del impuesto de la renta. La reforma implica también una reducción de las pensiones de los jubilados en un 5%. Esto es una expresión más de la política neoliberal aplicada por un gobierno supuestamente de izquierda, pero que se posiciona del lado de los intereses de los empresarios y banqueros, sometiéndose a las medidas del FMI.

Sumado a esto, otro elemento que también generó malestar entre la población fue el hecho de que dicha reforma se llevó a cabo sin discusión en la Asamblea Legislativa, es decir, fue impuesta por mero decreto presidencial, demostrando el gran nivel de autoritarismo que existe en el gobierno y las tendencias bonapartistas del régimen de Ortega.

Espontaneidad y autoorganización

Al igual que ocurriera hace meses en Honduras durante el levantamiento insurreccional contra el fraude electoral, las movilizaciones en Nicaragua han tenido un alto grado de espontaneidad, radicalización y autoorganización. Lejos de ser un movimiento manipulado y dirigido por la derecha, como pretenden argumentar organizaciones estalinistas de la izquierda latinoamericana, las movilizaciones de la juventud responden al enorme descontento que existe con un régimen corrupto y que ha abandonado cualquier vínculo con la revolución de 1979.

Desde 2014 se vienen sucediendo protestas importantes de los campesinos por la construcción del Canal Interoceánico, de financiación china, que va a suponer un desastre ecológico de gran magnitud; contra una contrarreforma anterior de las pensiones, y frente a la decisión del gobierno de penar y perseguir el aborto, plegándose a las exigencias de la jerarquía católica y negando un derecho básico a la mujer trabajadora, en un país donde los abusos y los feminicidios han crecido alarmantemente.

Una vez más la juventud demostró que no es apática y que está muy atenta de la situación en el país: las escuelas y universidades públicas fueron centros de organización de la lucha arrastrando a la población en general, y logrando que las movilizaciones se extendieran a las ciudades más importantes. Por supuesto, Ortega y sus colaboradores han intentado descalificar a sus promotores, acusándolos de ser lúmpenes, de estar pagados por el imperialismo, de actuar en connivencia con la derecha. Pero es irónico que un gobierno que se autoproclama “popular” tenga que recurrir a la fuerza policial y la actuación de bandas paramilitares para sembrar el terror. La represión de las protestas han dejado 200 detenidos, decenas de heridos, más de 40 muertos y decenas de desaparecidos.

Una política de colaboración con la burguesía que nada tiene que ver con el socialismo

El Frente Sandinista de Liberación Nacional protagonizó una gran revolución campesina y popular que acabó con la odiada dictadura de Somoza en 1979. Aunque no podemos extendernos en un balance de aquella experiencia revolucionaria , lo fundamental es entender que —al igual que ha ocurrido en Venezuela— la dirección del Frente no rompió con el capitalismo, no trató de establecer un Estado obrero basado en la nacionalización de la economía y el control democrático de las masas en la gestión económica y política de la sociedad, ni tampoco extender su revolución victoriosa al conjunto de Latinoamérica. Los comandantes del FSLN oscilaron hacia la URSS estalinizada y el gobierno castrista, y se dejaron convencer de no traspasar los límites del capitalismo y buscar el entendimiento con la burguesía “patriota”. Obviamente la contrarrevolución no se dejó convencer, y desató una cruel guerra contra el gobierno sandinista: los imperialistas norteamericanos armaron hasta los dientes a la “contra” logrando sabotear la economía y desestabilizando el país.

Se hizo una revolución, se tomó el poder político, pero se dejó el control de los resortes fundamentales de la economía nicaragüense en manos de la burguesía, y  se desarrolló una burocracia que, copando el aparato del Estado y el Ejército, desarrolló intereses materiales ajenos al pueblo trabajador, empezó a disfrutar de privilegios y, progresivamente, creó las condiciones para que en 1990 el FSLN fuera derrotado en las elecciones por Violeta Chamorro, su antigua aliada, y en ese momento agente directa de imperialismo estadounidense.

Para 2006 las masas nicaragüenses ya habían recibido suficiente medicina de los gobiernos de la derecha, y se volcaron en las elecciones para asegurar el triunfo del FSLN. Pero esta organización ya había roto definitivamente con su pasado revolucionario, y había depurado su dirección de cualquier veleidad marxista. Su principal dirigente, Daniel Ortega, había colgado su uniforme verde oliva por el de hombre de negocios poseedor de una vasta fortuna personal y familiar.

Ya en el gobierno, Ortega y sus colaboradores han venido desarrollando una política de colaboración de clases, que ha beneficiado a la burguesía nacional y a la jerarquía católica, y enriquecido a una minoría de explotadores. Es cierto que Ortega ha recurrido a una retórica antiimperialista cada vez más descafeinada, pero su acción en el gobierno no ha reducido las desigualdades sociales ni la miseria. Su política no tiene nada de socialista.

Daniel Ortega y su esposa, que es la vicepresidenta del país, son la cabeza visible de una familia de la nueva oligarquía nicaragüense: disponen del control de aspectos esenciales de la economía nacional como la distribución de gasolina y petróleo. Uno de sus hijos, Laureano Ortega, maneja la empresa ProNicaragua, que se encarga de atraer inversión extranjera, y que negoció la construcción del Canal Interoceánico, con inversionistas chinos. Otro de los hijos maneja canales de televisión y sus hijas trabajan como asesores políticos del gobierno de sus padres y promotoras de concursos de belleza.

En contraste, Nicaragua es de los países más pobres del mundo, a pesar de que su economía ha registrado un importante crecimiento. La mitad de la población vive en situación de pobreza, que en las comunidades rurales llega al 68%; el 30% de la población tiene desnutrición crónica y entre la comunidad indígena ese porcentaje alcanza el 50%; una tercera parte de la población carece de agua potable, y un 40% no tiene acceso a los servicios de salud (entre los indígenas son cerca del 75%); el sistema sanitario público es de muy mala calidad, así como su sistema educativo, el segundo peor de todo Centroamérica. Estos datos colocan a Nicaragua como el segundo país más pobre del continente.

Ortega llama al diálogo, pero las masas necesitan acabar con el capitalismo

Después de la dureza de la represión, Daniel Ortega ha llamado a un diálogo nacional para revisar la reforma al sistema de salud, una táctica que solo busca frenar las movilizaciones, y ganar tiempo para después aplicar la misma reforma tal vez un poco maquillada. En realidad, lo que necesita el pueblo es la ruptura completa con las políticas neoliberales y la agenda del FMI que con tanto esmero y contundencia aplican Oretga y su gobierno.

Por eso mismo, es absolutamente necesario continuar el combate de la juventud y los oprimidos de Nicaragua por una salida revolucionaria a esta crisis, empezando por juzgar y castigar a todos los responsables de la represión, por lograr la anulación de esta contrarreforma y todas las medidas lesivas contra los intereses populares adoptadas por el gobierno de Ortega. Y, especialmente importante, aumentar el grado de organización de la juventud y el movimiento obrero y campesino, con la formación de comités de acción que se unifiquen y defiendan una genuina política socialista, que abogue por la nacionalización de los principales resortes de la economía nacional, la banca, las grandes empresas, los monopolios agroalimentarios, colocándolos bajo el control democrático de la población.

Los acontecimientos en Nicaragua demuestran que necesitamos una segunda revolución, esta vez una revolución socialista triunfante, sin bonapartes ni traidores. Y para eso hay que levantar un nuevo partido de los trabajadores y la juventud, que retome las mejores tradiciones del sandinismo, pero que defienda sin ambigüedad y con firmeza el programa del marxismo y del internacionalismo.

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