El sábado 23 de febrero era la fecha señalada por el gobierno imperialista de Trump para culminar el golpe de Estado contra el pueblo venezolano iniciado un mes antes. El objetivo: llevar al poder a su “hombre de paja”, el líder del partido ultraderechista Vanguardia Popular, Juan Guaidó, y establecer un gobierno de la oligarquía para aplicar un vasto programa de recortes y medidas neoliberales, incluida la entrega del petróleo venezolano a los grandes monopolios norteamericanos.
¡Derrotar a Trump y la oligarquía con la movilización de la clase obrera!
¡Construir el auténtico socialismo acabando con la burocracia corrupta!
El golpe de Trump y la extrema derecha se disfraza de “ayuda humanitaria”
El plan no podía ser más evidente: generar una situación de caos en las fronteras de Venezuela con Brasil y Colombia, y extenderla al interior del país utilizando como excusa el envío de una supuesta “ayuda humanitaria”, que hasta la propia Cruz Roja Internacional rechazó repartir por considerarla un montaje político.
El descaro de Trump sido tal, que el convoy de supuesta ayuda humanitaria corría a cargo de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), dirigida por la CIA, y que ha sido utilizada en numerosas ocasiones en América Latina como cobertura para combatir a gobiernos de izquierda o progresistas.
La Casa Blanca y sus aliados esperaban con esta provocación que la violencia en las calles, unida al reconocimiento del golpista Guaidó por 60 países, las sanciones económicas decretadas por EEUU y la UE y las amenazas de intervención militar proferidas tanto por el secretario de estado Mike Pompeo como por el propio Donald Trump, empujasen a la alta oficialidad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) a derrocar a Maduro.
Lo más significativo es que pese a la brutal campaña de terror, amenazas, mentiras y manipulación informativa desarrollada por el imperialismo estadounidense, con el apoyo de los gobiernos reaccionarios de Brasil, Colombia, Chile o Argentina, y la complicidad de las burguesías europeas y los medios de comunicación internacionales, no han conseguido por el momento ninguno de los objetivos planteados.
Las dificultades del imperialismo y la oligarquía para imponerse
Las movilizaciones convocadas por Guaidó el 23-F ante instalaciones militares con el fin de exigir un pronunciamiento a su favor de la FANB, se han saldado con un fracaso rotundo. La reducida asistencia a estas movilizaciones contrasta mucho con la manifestación del pasado 23 de enero. Aquel día, incluso sectores populares de barrios tradicionalmente chavistas salieron a protestar desesperados con las constantes subidas de precios, la grave crisis económica y la ausencia de medidas que hagan frente a estos problemas por parte del gobierno. Posteriormente, cuando se ha ido haciendo más evidente el papel de Guaidó como títere del gobierno Trump y de los presidentes ultraderechistas de Brasil y Colombia, miles de personas se han sentido utilizadas y la participación en las manifestaciones opositoras ha decaído visiblemente, poniendo en evidencia los enormes problemas que sigue teniendo el imperialismo estadounidense para poder llevar adelante su estrategia contrarrevolucionaria tanto en Venezuela como en el resto de Latinoamérica
Las fotos de un Guaidó triunfante pilotando un convoy de ayuda humanitaria, que supuestamente habría entrado en Venezuela con apoyo de la FANB, pronto debieron ser retiradas de las redes sociales y sustituidas por imágenes denunciando la supuesta quema de convoyes por parte de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). No obstante, investigaciones y fotos de periodistas independientes han demostrado que los camiones quemados y saqueados se encontraban del lado colombiano de la frontera y no del venezolano.
Otras “informaciones”, como la que hablaban de una marea humana de 150.000 personas que habría acudido al concierto organizado el viernes 22 de febrero por el especulador financiero Richard Branson, que según Guaidó al día siguiente se movilizarían masivamente para trasladar la “ayuda humanitaria”, tardaron poco tiempo en verse desmentidas. Corresponsales y fotógrafos sobre el terreno, como el del diario La Vanguardia Andy Robinson, rebajaron la asistencia al concierto a 20.000 y al día siguiente las decenas de miles de voluntarios que debían transportar la “ayuda” se transformaron en un par de miles de activistas de la ultraderecha colombiana y venezolana que en lugar de cajas de ayuda lanzaban cócteles molotov y organizaban ataques y acciones terroristas como las que durante las “guarimbas” de 2014 y 2017 dejaron casi 200 muertos en las calles venezolanas. No fue mejor con los anuncios difundidos por los medios de comunicación internacionales acerca de la deserción “masiva” de militares venezolanos. “(…) Al cierre de esta edición solo se habían producido un puñado de deserciones (…) solo cinco militares de alto rango han cambiado de bando en esta crisis pese a las amenazas desde Washington” (“La ayuda humanitaria topa con el ejército”, A. Robinson, La Vanguardia, 24-2-19)
Pese a los indudables efectos desmoralizadores que tiene el colapso económico — Venezuela ha registrado una caída del 50% del PIB en los últimos 4 años—, y que una parte importante de la población, auténtica protagonista del proceso revolucionario que encabezó Hugo Chávez, está decepcionada y muy descontenta con la corrupción de la burocracia bolivariana que controla el Estado y el PSUV, todavía hay cientos de miles de trabajadores y jóvenes dispuestos a luchar con uñas y dientes por defender sus derechos y su país frente a la ofensiva imperialista.
Todo el poder político y económico debe pasar a las manos de los trabajadores y el pueblo
En este momento la situación sigue muy abierta. Tras el fracaso del 23 de Febrero, el Secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, y el propio Guaidó, amagaron con la bravuconada de una invasión militar imperialista. Pero una opción así desencadenaría una resistencia feroz del pueblo venezolano y animaría una enorme movilización antiimperialista en América Latina, EEUU y Europa. Después de lo ocurrido en Siria, Afganistán e Iraq, el despliegue de los marines en las ciudades venezolanas no es una salida realista a corto plazo. Todo indica que la opción elegida por Trump y sus aliados, obligados por los hechos, es seguir asfixiando económicamente a Venezuela y aumentar la desestabilización política para “convencer” a la oficialidad de la FANB, o al menos a un sector decisivo, de cambiar de bando.
Los acontecimientos señalan las dificultades para que el imperialismo pueda alzarse con un triunfo rápido y desalojar a Maduro del poder en pocos días, como era su plan inicial. Esto demuestra el potencial que existe para una resistencia victoriosa no sólo para derrotar a Trump, también para que los trabajadores y el pueblo oprimido puedan tomar la iniciativa y luchar por la transformación socialista de Venezuela.
El principal factor que impide una movilización masiva del pueblo contra el golpe imperialista, tal como se produjo bajo los gobiernos de Chávez, son las políticas capitalistas aplicadas durante los últimos años por el gobierno de Nicolás Maduro. Hay que decir las cosas por su nombre: Maduro ha aprobado recortes y desmantelado conquistas sociales logradas durante el proceso revolucionario, acometido miles de despidos en empresas públicas, entregado recursos minerales y riquezas del país a empresas multinacionales y reprimido a sectores del movimiento obrero y las bases más críticas del chavismo y la izquierda. Estas políticas, y la búsqueda de acuerdos y alianzas con un sector de la burguesía venezolana y países como Rusia, China, Irán o Turquía, no tienen nada que ver con el socialismo y han supuesto un giro tremendo hacia la derecha.
Los marxistas revolucionarios no nos confundimos de barricada en este momento crucial. Luchamos por la derrota de Guaidó, de la oligarquía venezolana y del imperialismo, y por el armamento general del pueblo levantando la bandera de la revolución socialista y la democracia obrera. La experiencia de los últimos años demuestra que no podemos tener confianza en el gobierno Maduro, la burocracia o la oficialidad del Ejército. Han sido sus políticas y su corrupción, las que han facilitado el camino a la derecha y el golpe. El único modo de impedir la victoria de la reacción y evitar un resultado trágico para el pueblo es construyendo un frente único de la izquierda combativa, para movilizar masivamente a la clase obrera, los campesinos y todos los oprimidos y llevar a la práctica un programa socialista de expropiación de los grandes monopolios privados y la banca. Sólo así defenderemos las condiciones de vida del pueblo acabando con la hiperinflación, la corrupción y los privilegios de la burocracia.
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