La crisis política en Afganistán ha entrado en una nueva etapa, con el nombramiento directo del completamente desacreditado Hamid Karzai como presidente del país, tras la retirada de su principal rival, Abdullah Addullah, de la carrera electora. El nivel de violencia que se extiende por todo el país, también ha alcanzado nuevas cotas. El 28 de octubre, 6 trabajadores extranjeros de Naciones Unidas murieron y 9 resultaron heridos, en un ataque en Kabul. Se trata del ataque más mortífero sobre la ONU en Afganistán desde la caída de los talibanes y es sintomático del empeoramiento generalizado de la situación en el país. Para el imperialismo estadounidense y británico, la posibilidad de una salida sencilla de Afganistán se está convirtiendo cada día en algo más dudoso, lo que está provocando que la ansiedad crezca y que surjan divisiones entre los efectivos políticos y militares de estos países. La posición cada vez más complicada del imperialismo en Afganistán junto con el conflicto creciente en Pakistán y la nueva ola de violencia que golpea Irak, han surgido como grandes espinas del imperialismo estadounidense, provocando grandes problemas a Obama y a los estrategas estadounidenses. Este desarrollo pone a toda la región al filo de una inestabilidad todavía mayor, con nuevas explosiones de violencia, un conflicto étnico creciente y un sufrimiento sin fin para las masas. Solo la clase trabajadora y los pobres, armados con un programa socialista, pueden terminar con el actual panorama.
El nombramiento de Karzai únicamente profundizará la crisis
Karzai y el Primer Ministro Británico, Gordon Brown
Abdullah Abdullah, el principal contrincante de Hamid Karzai en las elecciones presidenciales afganas, anunció el domingo que había decidido retirarse de la segunda ronda de votaciones que estaba programada para el 7 de noviembre. Aparentemente lo hizo porque todas las propuestas que había presentado para reformar la Comisión Independiente Electoral (IEC) habían sido rechazadas. Esta decisión fue seguida el lunes por el anuncio, por esta misma comisión, del nombramiento directo de Karzai como presidente de Afganistán. Una de las razones oficiales dadas por el IEC para su decisión fue “que la presencia de un sólo candidato en la votación haría dudar seriamente respecto de la legitimidad de la presidencia”. Cómo el nombramiento directo de un candidato, sin que haya una nueva votación será algo más “legítimo”, no queda claro. Este proceso electoral, en términos de “legitimidad”, ha sido un descarado error del imperialismo desde el principio hasta el fin.
El callejón sin salida al que se enfrenta el imperialismo en Afganistán es paralelo al crecimiento del rechazo contra esta guerra entre los trabajadores y los jóvenes de todo el mundo. Por otro lado, la administración Obama se está preparando para una posible escalada militar en la zona. Por eso, el gobierno de EE.UU. y sus contrapartes imperialistas buscaban usar estas elecciones para dar la idea de que la democracia estaba progresando en el país y para legitimar al gobierno títere. Sin embargo, poner una máscara de “democracia” a un régimen altamente corrupto y desacreditado y a un supuesto “estado”, confiando en los señores de la guerra, en los fundamentalistas y en los barones del tráfico de opio, era una tarea demasiado ambiciosa. La forma en la que se llevó a cabo el proceso electoral así como su resultado, unido a los nuevos escándalos tales como el reciente descubrimiento de los pagos regulares de la CIA al hermano del presidente afgano Ahmed Wali Karzai, han sido un serio golpe a la autoridad imperialista.
Incluso antes de que se celebraran las elecciones era ya bastante claro que el proceso electoral estaría lejos de ser imparcial o democrático, especialmente en un contexto de violencia generalizada, intimidación y ocupación militar extranjera. El mismo día de la elección fue “unos de los días más violentos de los que ha sido testigo Afganistán en los últimos 8 años”, según Human Rights Watch. El clima general de violencia y de ausencia de una alternativa política seria a los principales candidatos (el principal rival de Karzai, Abdullah Abdullah, era un ministro del anterior gobierno de Karzai y estaba vinculado al gobierno corrupto) dio como resultado una participación extremadamente baja (38% de acuerdo con los datos oficiales). En algunas zonas y ciudades nadie fue a las votaciones. Los primeros resultados indicaban una gran victoria de Karzai con el 54´6% de los votos y el 27´8% para Abdulah. La campaña de Karzai (para la comunidad mayoritaria pastún, de gran fuerza en el sur y este de Afganistán, donde los talibanes tienen una mayor presencia) estaba basada en acuerdos con los diferentes señores de la guerra regionales y con los jefes tribales de las minorías no pastunes que dominan el norte y el oeste del país, tales como con el señor de la guerra uzbeko Rashid Dostum, Tadjik, Qasim Fanim o Hazara Shiite, Karim Khalili, todos ellos conocidos por su legado de matanzas, tráfico de droga, crimen y extorsión.
Por otra parte, el fraude masivo se reveló rápidamente casi a la vez que se coreaba la victoria de Karzai. El 30 de septiembre, Peter Galbraith, el oficial estadounidense de mayor graduación en la misión de la ONU en Afganistán fue despedido después de rechazar tomar parte en el encubrimiento del fraude. Este caso fue sintomático del crecimiento de las divisiones entre la clase gobernante y de cómo presentar lo que todo el mundo sabía que era una pura mascarada. Día tras día, aumentaban las revelaciones de fraude, hubo muchos informes de “urnas fantasmas” que nunca se abrieron pero que registraron miles de votos, poniendo más y más tensión sobre los hombros de la comunidad internacional para distanciarse de sus entusiastas frases y felicitaciones anteriores. El imperialismo estadounidense empezó a ejercer gran presión sobre Karzai para que fuera a una segunda ronda, cosa que finalmente fue aceptada por el presidente afgano. Abdullah Abdullah renunciando a este desempate planeado, cambió la situación. Abdullah estaba probablemente preparado para cerrar sus ojos ante ciertas irregularidades a cambio de un acuerdo político que le diera cierta influencia en el gobierno, pero el fallo para alcanzar un acuerdo le llevó a jugar la carta de “integridad” a pesar del hecho de que también alrededor de 300.000 votos suyos habían sido marcados como fraudulentos después de la primera vuelta.
Incluso sin la renuncia de Abdullah, si la segunda vuelta se hubiera realizado, la participación hubiera sido mucho menor que en la primera vuelta. Los talibanes habían anunciado que harían cualquier cosa para sabotear la votación. Una segunda vuelta habría estado más que supuestamente de nuevo dominada por la violencia, el fraude y la abstención masiva. Cualquiera de las soluciones elegidas para resolver la crisis, los pocos remanentes de credibilidad que le quedaban al proceso se habían quemado ya. En estas condiciones, el imperialismo estadounidense y británico finalmente escogió la vía más rápida y fácil para finalizar esta farsa impulsando el nombramiento de Karzai como nuevo presidente. Pero esto no cambiará nada. El reciente comunicado publicado por los talibanes no es erróneo cuando dice que “sorprende que hace dos semanas, el presidente-títere Hadmid Karzai fue descubierto en un fraude electoral” pero que “ahora es elegido en base a las mismas elecciones fraudulentas con las felicitaciones de Washington y Londres”.
Estas elecciones, más que dar credibilidad a las instituciones políticas afganas, sólo han logrado provocar el enfado y la desconfianza contra el gobierno afgano y la descarada complicidad del imperialismo y de Naciones Unidas que tratan de disimular sus maniobras. Un presidente cuya autoridad fuera de Kabul se logra únicamente a través de inestables alianzas con los señores de la guerra, combinado con un gran rechazo del conflicto en sus propios países, es la situación a la que se enfrentan en la actualidad los gobiernos imperialistas. A esto se suma el aumento de la violencia talibán.
Manifestantes estadounidenses contra la guerra
Perdiendo la guerra en casa
La guerra en Afganistán se está revelando como algo difícil de ganar, un impopular conglomerado de atrocidades del ejército estadounidense y la coalición de la OTAN. Naciones Unidas informó recientemente que el número de víctimas mortales entre los civiles afganos era de 1.500 sólo en este año, mientras que septiembre y octubre fueron los meses más mortíferos para las tropas de la OTAN desde la invasión del país en 2001. El aumento de la mortandad durante los últimos meses ha contribuido decisivamente a romper el apoyo popular a la guerra, especialmente en Gran Bretaña y EE.UU. De acuerdo a una nueva encuesta publicada por el Canal 4 Noticias a finales de octubre, el 48% de los encuestado británicos pensaban que sus tropas no estaban ganado la guerra y que la victoria en Afganistán “es imposible”. Un gran incremento, comparado con el 36% en agosto de 2007. La misma encuesta revela que el 62% quiere que las tropas se retiren de Afganistán “inmediatamente o en el plazo de un año”. En los EE.UU., a finales de agosto, una encuesta de la CNN mostraba que sólo el 41% de los estadounidenses justificaba la guerra en Afganistán. En Canadá, Francia, Italia, Alemania y en cada país con tropas en Afganistán, la mayoría de la gente está de forma masiva a favor de la retirada.
El sentimiento se está extendiendo más y más en el propio ejército. Joe Glenton, un soldado británico que se enfrenta a la amenaza de ser encarcelado dos años por rechazar su vuelta a luchar en Afganistán, esta participando en manifestaciones contra la guerra, llamando a una retirada total de las tropas. Hace poco explicó que al regresar a sus barracones cerca de Oxford temía la reacción hostil de sus compañeros. Sin embargo fue aplaudido por los soldados. “Hubo muchos apretones de manos y palmadas en la espalda. Alguien comentó que yo estaba diciendo lo que todo el mundo pensaba”. De forma significativa, la moral de las tropas en Afganistán está en su nivel más bajo desde el comienzo de la guerra y la desilusión se está extendiendo entre los soldados. Existen informes de intentos de suicidio, ansiedad y depresión, con explosiones de ira contra los oficiales, etc. La actual misión en Afganistán está considerada como una de las principales causas del fuerte incremento del número de suicidios en el ejército estadounidense. El año pasado, 128 soldados se suicidaron, comparado con los 115 en 2007. Sin embargo el número de suicidios de este año hasta ahora está a punto de sobrepasar ese número. “Muchos soldados tienen la sensación de inutilidad y enfado por estar aquí. Están realmente en depresión y desesperanzados y simplemente quieren volver con sus familias”, fue la observación de un capitán de artillería inglés en el periódico The Times. En el mismo artículo, un sargento de 37 años de Detroit, preguntado por si la misión valía la pena, respondió: “Si supiera exactamente cual es la misión, probablemente sí, pero no lo sé. Los únicos soldados que piensan que esta todo yendo bien trabajan en las oficinas, no sobre el terreno. Todo el país se está yendo a la mierda”.
De hecho, mientras que las fuerzas imperialistas extranjeras, los líderes tribales, los señores de la guerra y las fuerzas reaccionarias como los talibanes estén controlando la región y luchando por ser influyentes, este sentimiento es esencialmente correcto. Todos los argumentos inútiles usados para justificar la guerra y la ocupación por los gobiernos de EE.UU. y Gran Bretaña han sido reducidos a la nada. Esta guerra no ha conseguido absolutamente nada en términos de llevar derechos democráticos a los afganos. Esto se ilustra dramáticamente con el empeoramiento de los derechos de las mujeres. Recientemente, Karzai aprobó una penosa y ultrareaccionaria ley para la comunidad chiíta de Afganistán, privando a las mujeres de la custodia de sus hijos, obligándolas a preguntar a sus maridos por el derecho a trabajar, y permitiendo a los hombres no dar comida a su mujer si ésta rechaza sus demandas sexuales. La Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Afganistán estima que el 87% de las mujeres afganas son analfabetas y sólo el 30% de las niñas tienen acceso a la educación, una de cada tres mujeres experimentan violencia física, psicológica o sexual y el 80% de las jóvenes afganas se ven forzadas al matrimonio.
Mujer chiíta afgana protestando las nuevas leyes reaccionarias
Recientemente, un oficial de infantería paquistaní, comentando la guerra en Afganistán señalaba: “La raíz de la insurgencia no es la religión, sino la pobreza”. En su opinión la solución no podría encontrase sin “medios claros para mejorar las condiciones de los paquistaníes, afganos, y las gentes de Asia Central cuyos líderes crónicamente corruptos roban todo lo que pueden alcanzar”. De hecho, la miserable pobreza a la que se enfrenta la mayoría de los afganos contrasta con el rico estilo de vida de la corrupta elite política y económica afgana. Además, el número de refugiados que huyen del país ha alcanzado proporciones gigantescas, cerca de 4 millones según las últimas estimaciones. También, Afganistán se ha convertido en el mayor productor y distribuidor de opio del planeta, subvencionando, entre otras cosas, la insurgencia talibán.
¿Ganando los corazones y las mentes?
La creciente hostilidad internacional a la guerra en Afganistán está acompañada por una creciente hostilidad de la gente afgana hacia las tropas occidentales que ocupan el país. El periódico francés Le Monde dijo recientemente que “el contexto del desarrollo de las tropas francesas en el este de Afganistán es de una franca hostilidad por parte de la población local. La conclusión de este rechazo era conocida desde hace muchos meses por las autoridades francesas, pero tiende a ser escondida por los políticos en París conscientes de las crecientes dudas de la opinión pública respecto a la ocupación militar en Afganistán. Este sentimiento de odio contra la ocupación extranjera fue hace poco manifestado por protestas contra las tropas estadounidenses iniciadas por los estudiantes en Kabul. Cientos de manifestantes pelearon durante dos días con la policía afgana en la capital, quemando la bandera estadounidense y efigies del presidente Obama.
En ausencia de una alternativa real esta profunda oposición a la ocupación ha servido para alimentar el reclutamiento de las bases de los talibanes, atrayendo interminables reclutas. La insurgencia talibán no es un movimiento nacional y unificado con una jefatura central, sino que está dividida en diferentes grupos armados. Las investigaciones por el Consejo Internacional de Seguridad y Desarrollo (ICOS) ofrecen interesantes indicaciones sobre la influencia de estos grupos: dice que en el 80% de Afganistán existe una “presencia talibán permanente” y que en el 97% del país existe una “actividad talibán sustancial”. Pero una característica desarrollada en los últimos meses ha sido que su influencia, hasta hace poco confinada principalmente al sur y este de Afganistán, se está extendiendo también al norte del país en áreas tradicionalmente consideradas más seguras, como la provincia de Kunduz. Estos hechos son suficientes por sí mismos para mostrar el fallo total y la derrota militar en marcha que están experimentando las fuerzas imperialistas.
El Financial Times subrayaba hace poco, “desde que las operaciones militares principales de la OTAN comenzaron en Afganistán en 2006, el apoyo a la insurgencia ha crecido”. Este tipo de declaraciones provenientes de una de las más influyentes piezas del capitalismo reflejan las crecientes divisiones desarrolladas en la clase dirigente con respecto al debate sobre un posible despliegue de nuevas fuerzas militares y cómo salir de este lío sin minar el prestigio y los intereses del imperialismo de EE.UU. y de Gran Bretaña. Algunos estrategas están ahora destacando la necesidad de impulsar un mayor diálogo y acuerdos con lo talibanes, financiándoles o integrándoles dentro del aparato estatal. Pero esto sólo pone las bases para posteriores problemas. El creciente desastre del imperialismo en Afganistán ha llevado a la mayoría de los estrategas de los grandes negocios y de los periodistas a minimizar los “objetivos” originales de la ocupación y a moverse hacia objetivos menores. La “lucha por la democracia” ha sido transformada en “no tenemos que crear una democracia jefersoniana” (Los Angeles Times, 10/05/2009) u “Olvidad la construcción nacional” (The Guardian, 10/05/2009), mientras que la “lucha contra los talibanes y la protección de los afganos” ha sido transformado en “las fuerzas de la OTAN no pueden esperar poder dar seguridad a todo Afganistán. El objetivo de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad de proteger a la población, es imposible de alcanzar en su totalidad” (Mehar Omar Khan, citado en el Financial Times, 10/28/2009).
Todas estas discusiones han revelado también fracturas en la supuesta “unidad” de la coalición de la OTAN. Cada país tiene su propia agenda de intereses estratégicos en el extranjero y además ha caído el apoyo a la guerra en casa. Acerca de los costes británicos de la guerra en Afganistán, un parlamentario dijo: “Los costes de la guerra han aumentado en más de 3.000 millones de libras (5.000 millones de dólares) al año. Un despliegue como este ejerce una presión real sobre el gasto público. Gran Bretaña tiene un déficit de 175.000 millones de libras este año. La idea de que haya un límite al que podemos llevar esta campaña, no es algo que debiera chocar a la gente”. Lo que “choca a la gente” no son efectivamente los límites del presupuesto bélico sino, por el contrario, las inimaginables sumas de dinero usado para esta guerra mientras los servicios públicos y los trabajos están amenazados por la supuesta ausencia de dinero.
Soldado americano
El Primer Ministro Gordon Brown acordó hace poco enviar 500 soldados más a Afganistán para unirse a los 9.000 soldados que ya hay en la zona. El gobierno español tomó una decisión similar al enviar 220 soldados más, aumentando el total a casi 1.000. En los EE.UU. hay un intenso debate sobre envío de varios miles de soldados para unirse a los 68.000 que ya hay en la zona. Barack Obama está siendo puesto bajo una presión en aumento, por un lado por los oficiales militares y una parte de la burocracia oficial que le pide más tropas (el General McChrystal habló de 40.000 más) y por otra parte por la impopularidad en casa contra la guerra. De hecho, la decisión de enviar más tropas podría fomentar el descontento contra la administración Obama y sembrar las bases para un renovado movimiento antiguerra en los EE.UU. El 5 de octubre, una encuesta mostró que sólo el 26% de los americanos creía que se debían desplegar más tropas estadounidenses. También podría desarrollarse una crisis política en el Partido Demócrata al haberse pronunciado varios lideres demócratas contra el envío de más tropas, diciendo que no hay apoyo popular para tal movimiento y que el ejército afgano debe tomar la mayor parte del peso. Esta estrategia propuesta, la “afganización” de las fuerzas de seguridad, reclutando y entrenando más policías y soldados afganos, sufrió un duro golpe con el reciente asesinato de 5 soldados británicos por un policía afgano “díscolo” en la provincia Helmand del sur del país el martes 3 de noviembre. Esto da una nueva idea de la total desorganización a la que se enfrenta el imperialismo en Afganistán. En este contexto, veremos en los próximos tiempos un incremento de los levantamientos oportunistas contra la guerra por parte de algunos políticos. El miércoles, el antiguo ministro laborista británico de Asuntos Exteriores, Kim Howells, pidió la retirada de las tropas de Afganistán. Esto no supone de ninguna manera una consistente oposición a la guerra, ya que Howells fue un gran partidario de la misma durante su periodo como ministro de Exteriores, entre 2005 y 2008.
La presión de los opositores a la guerra sobre Obama se vio en la primera concurrencia el pasado jueves 29 de octubre, durante la ceremonia de repatriación de los cuerpos de los soldados estadounidenses muertos en Afganistán. Pero las lágrimas de cocodrilo de los políticos no son capaces de dar la vuelta al creciente descontento a causa del envío, sobre todo, de jóvenes de las clases bajas y trabajadoras a morir en una guerra imposible de ganar, solo para el prestigio y el beneficio de la elite. Un coronel británico, responsable del reclutamiento en el ejército reconoció en The Guardian: “La recesión ha tenido un gran impacto en el número de altas en el ejército”. Con el dramático aumento del desempleo causado por la recesión, los gobiernos estadounidense y británico ven en la “generación perdida” de jóvenes de la recesión los perfectos candidatos para perder sus vidas en el campo de batalla.
¿Qué camino seguir?
La intervención imperialista en Afganistán ha creado un lío imposible de remediar. La ocupación, supuestamente para “la democracia, la paz y la justicia”, solo ha triunfado trayendo más miseria, más masacres de civiles, incrementando la influencia de los extremistas religiosos y los ataques con bombas, y por último, pero no por ello menos importante, exportando el conflicto a Pakistán, también con desastrosas consecuencias para las masas de este país. La ocupación solo ha exacerbado el caos y llevará a nuevos conflictos, por poder e influencia, entre los señores de la guerra que se han visto considerablemente reforzados.
El imperialismo estadounidense es directamente responsable de la devastación del país. Además, el monstruo contra el que están luchando en este momento es de su propia creación. Junto con sus socios pakistaníes y saudíes, el imperialismo estadounidense ha promocionado y financiado conscientemente a los talibanes y a los fundamentalistas religiosos en el pasado. Esta estrategia fue especialmente útil para luchar contra las fuerzas “comunistas” en la década de 1980. Pero desde entonces, han perdido el control de su propio monstruo. La idea de que hoy en día pueden resolver el problema que ellos mismos han creado es totalmente ilusoria.
El coste de esta guerra ha alcanzado una media de 3.500 millones de dólares al mes. Sin embargo, una ayuda financiera similar no se ha destinado para la lucha por sobrevivir que caracteriza el día a día de la mayoría de la gente en este país. Este dinero, invertido en destrucción, podría sin embargo haber sido usado para construir miles de escuelas, hospitales y para dar una vida decente, con trabajo y hogar, a todos. Este sería una forma mucho más eficiente de luchar contra los talibanes que con toneladas de bombas y miles de helicópteros, planes y soldados. Pero este tipo de plan no corresponde con los intereses del imperialismo que mira sólo la forma de mantener y extender su influencia en la región para sus intereses económicos.
Un incremento de las tropas no traerá una solución a la actual situación, sino que únicamente preparará la base para nuevas catástrofes y explosiones de violencia. La frustración y la desesperanza entre los pobres y la gente común, causada por la ocupación y la pobreza, junto a la ausencia de una alternativa socialista real, alimenta las filas de los fundamentalistas religiosos. En ausencia de un movimiento de masas organizado y democrático de la clase trabajadora y de los pobres, el enfado se extiende entre la población, lo que podría ser utilizado por los talibanes, los jefes tribales, los señores de la guerra y otras fuerzas reaccionarias que sólo miran por sus propios intereses y que no tienen en absoluto una alternativa que ofrecer a los actuales regimenes. Lo que se necesita es una lucha unida de la clase trabajadora y de los pobres para asegurar su propia seguridad y mejorar sus condiciones de vida.
Esto debe estar unido a la transformación de la sociedad según las líneas socialistas. De hecho, más que nunca, la situación en Afganistán presenta una elección entre el socialismo y la barbarie. La única forma de resolver problemas del capitalismo es crear otros nuevos a costa de millones de vidas. La única forma viable de seguir adelante es crear un movimiento de masas en la región para deshacerse de la elite corrupta y los grandes empresarios internacionales que les patrocinan. La lucha debe estar basada en un programa que defienda el derecho de autodeterminación de las diferentes minorías nacionales y étnicas, y que llame a la solidaridad internacional del movimiento obrero. Esto debe apoyarse con la construcción de un movimiento poderoso contra la guerra y fuertes partidos obreros en todos los países, argumentando la forma para una alternativa socialista internacional contra la miseria de guerra y capitalismo.
Pedimos
- La retirada inmediata de las tropas de Afganistán. Freno a las matanzas de civiles. Dejemos a los afganos decidir su futuro.
- No más apoyo al gobierno corrupto y antidemocrático de Karzai. Un movimiento de masas que derroque a los gobiernos reaccionarios de Asia y Oriente Medio.
- Que se respeten los verdaderos derechos democráticos. Alto a los ataques contra los derechos de las mujeres.
- La construcción de organizaciones obreras independientes y democráticas. La construcción de fuerzas de defensa obreras multiétnicas y democráticamente organizadas.
- Un programa de reconstrucción masiva en Afganistán, bajo el control democrático de las masas. Una propiedad pública del gas, petróleo y el resto de industrias claves y recursos.
- El establecimiento de un gobierno de los trabajadores y los campesinos con un programa socialista, como parte de una federación socialista del sur de Asia, incluyendo Pakistán.
- Crear un movimiento de masas contra la guerra. No al pago de la crisis capitalista. Gasto de dinero en trabajo y en servicios públicos, no en guerra y armas.
- Un mundo socialista, libre de terror, explotación y guerra.
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